Del barrio nace esto de ponerle apodos a toda la banda. Nuestros padres nos brindan el nombre de pila, pero el bautizo del mundo viene después, en la boca de algún pelado de la secundaria o un vaquetón de la oficina. Y cuando atinan, vaya, ni Dios borra el nuevo nombre. Por ejemplo, el Jícama, un vecino de mi infancia. Por más que lo intenté, no recuerdo su nombre. Justo ahí está la magia, cuando el sobrenombre borra al nombre, Jícama le dijeron por pálido y cachetón y Jícama será para toda su vida.
Ahora resulta que Cuauhtémoc Blanco ha declarado que ya le puso apodo al goleador Nery Castillo. Ahora es el “Frida Kahlo” por sus pobladas cejas. No me parece un buen apodo para un futbolista, sin embargo, aquí el punto interesante es hasta qué grado ha penetrado la imagen de Frida Kahlo en el imaginario colectivo. Hasta el mismísimo Cuauhtémoc Blanco sabe quién es Frida (no quiero subestimarlo, pero uno lo oye hablar, y bueno, no pienso que sea un espíritu muy tirado a las artes).
Al igual que el propio Cuauhtémoc Blanco, Frida es un ícono del pop mexicano. Hay filas inmensas para ver su muestra homenaje en el Palacio de Bellas Artes (misma que ha sido duramente criticada por ser un montaje precario conceptualmente). Hoy la cejona pintora adorna llaveros, bolsas, tapetes, posters, tazas, etc... hay muñecas de Frida Kahlo y por supuesto, la película oficial con Salma, que engalana con sus curvas la trágica historia de la Kahlo.
¿El personaje rebasa la obra? Me atrevo a decir que sí. André Bretón, el gurú del surrealismo describió con asombro su primer encuentro con Frida, vestida de tehuana y con un mono araña en sus brazos. Frida fue una mujer muy consciente de sus capacidades de hechicera. Narcisista, culta, bella, con dolores reales que exprimía y conjuraba con una asombrosa fantasía que se materializaba en pinturas, trajes, objetos y textos excepcionales.
En lo personal disfruto más de la Frida escritora, de sus cartas que se desbordan con un lenguaje fluido, coloquial y luminoso. La Frida pintora dejó unas pequeñas grandes obras, pero a mi consideración no alcanzó su plenitud (cabe decir que murió relativamente joven). Sus muchos talentos, su look y su vivir repleto de heridas hacen de ese gran conjunto que fue Frida un punto ineludible dentro de las historias trágicas y coloridas de la plástica universal.
Ahora, a los estudiosos con mucho tiempo les dejo este posible tema: “La historia de la sensibilidad mexicana: de Frida Kahlo a Cuauhtémoc Blanco”. La misma locura que genera a una alemana –mexicana vestida de tehuana es capaz de traer al mundo a un tepiteño semi cuasimodo, crack del balón. Y esa locura los une, porque el tepiteño sabe quién es Frida, porque le puso “La Frida” a Nery Castillo y me pregunto ¿Qué pensaría Frida de todo esto? Atada a una silla de ruedas, ¿sería grato para ella, o dolorosamente irónico que su nombre lo llevara, a modo de apodo, un joven futbolista? No sé. El nuevo apodo de Nery Castillo es un pequeñísimo capítulo en esta monumental locura que llamamos México.
PARPADEO FINAL
Por razones médicas, hace un par de meses, me prohibieron el alcohol. El pasado fin de semana, con mi corazón roto por tantos y tan dolorosos descalabros futbolísticos, a falta de un tequilita, traté de ahogar mi pena en comida: paella, gorditas, quesadillas, sushi, enchiladas, machaca y molito. No es de extrañar que el lunes caí en el hospital retorciéndome de dolor. Según yo sufría una pancreatitis meritoria de notario y santos óleos. Pero bueno, “según yo” todo lo que me dé es mortífero. En fin. Resultó ser un vil empacho. Ahora estoy en dieta blanda, más pastillitas y reposo. Lo único que me consuela es que este camino me aleja del fútbol y me acerca más a la santidad franciscana. Sea pues. Desde esta frágil nube de abstenciones les mando a todos un abrazo. Suerte y nos leemos la próxima.
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