La versión más difundida señala que Idi Amin era caníbal. Aunque esto no ha sido comprobado queda la triste documentación de su presencia como líder militar implacable que bañó en sangre a Uganda durante los años setenta. Para occidente, Amin resultó un tirano folklórico, un bufón risueño, caprichoso, amante de los autos, el box, las mujeres y las caricaturas de Disney.
Leer la historia de Idi Amin es echarse un chapuzón en los excesos de un poder absoluto, un personaje que naturalmente no tardó en llegar al cine en varias películas y documentales entre las que destaca El Último Rey de Escocia (2006), filme donde el gran Forest Whitaker se rifa una actuación de antología encarnando al sanguinario líder (y llevándose de paso un bien merecido Oscar).
Supongo que el papel de Idi Amin debe ser un trofeo dorado para cualquier actor de altura, un personaje cómico, incluso generoso que en un instante se convierte en un gélido asesino, un tipo con el alma carcomida por el poder y que, en medio de la barbarie, sigue siendo un humano atacado por el miedo, el placer y la paranoia. Apenas el personaje para el actorazo.
Resulta paradójico como tragedias reales (y recientes) son temas recurrentes y populares para novelas y documentales. Los muertos no terminan de enfriarse cuando ya se piensa en la súper producción y el actor que encarnará el drama (ya se quedó atrapado Nicholas Cage debajo de las Torres Gemelas y George Clooney ya anduvo en la balacera en Irak, por no hablar de todos los actores que han “sufrido” las inclemencias del Vietnam hollywoodense).
No puedo caer en una denuncia hipócrita: soy seguidor de las películas de guerra, no me molestan, muy al contrario (aunque sufro en algunas), desde la millonaria recreación de la Batalla de Iwo Jima en Flags of our Fathers de Clint Eastwood hasta la crudísima historia de una niña afgana en la contundente “Osama”.
Hoy me atrevo a jugar al adivino y en mi bola de cristal anuncio al protagonista de una futura película de poder y violencia: Ramzan Kadyrov. Treinta años, ex guerrillero, boxeador, líder de un grupo paralimitar de homicidas, torturadores y violadores que graban sus atrocidades en teléfonos celulares para amedrentar a sus opositores. Bailó en el escenario de un concierto pop mientras sus guardaespaldas lanzaban dinero a la gente, trató de conquistar a la actual Miss Kenia ofreciéndole “dos caballos, dos gallinas y una cabra”, anfitrión de Mike Tyson, tiene un zoológico personal (y una cárcel particular) en donde conserva leones, tigres y perros de ataque y aunque no terminó su educación primaria, ha sido condecorado como doctor honoris causa por la Academia Rusa de Ciencias y maravilla de maravillas, por azares de la guerra y la política es, actualmente, presidente de Chechenia. Muchas historias de terror dejará este joven caudillo, dictador en potencia. Abusados, esos guionistas, escritores, pintores, fotógrafos, actores. Un déspota en ciernes empieza a extender su manto. Por eso no pierdo mi fe en el arte, que crece a la sombra de la violencia, denunciándola y en algunos casos, lucrando con ella. En el teatro de la vida y de la muerte los creadores siguen siendo bufones que imitan los gestos del tirano y lloran las desgracias del justo. Triste papel. Los criminales y sus actos, eterna fuente de temas, alimentos amargos que sacian el hambre de los artistas.
PARPADEO FINAL
Pero neta qué gacho. Ya picado con el tema, busqué en Internet algunos videos y brincaron algunos del conflicto checheno que bueno, atroces, qué horror. Y si de tiranos hablamos, en México tampoco hemos cantado mal las rancheras. Hombre, en todos lados se cuecen habas (y nótese la hábil inserción de dos dichos de abuelita en tan reducido espacio). Va pues, nos leemos la próxima.
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