Ah que los Argentinos. Primero fusilaron a la selección grande, después cepillaron a los Sub 20, remataron con la femenil y el resto lo dejaron para que la selección de Jamaica se hiciera un agua. Chale. Con los argentinos me da un coraje de contorsionista, medio contradictorio. Ahí está por ejemplo Borges, que francamente me cae gordo, sobre todo el Borges viejo, que posó para innumerables fotos, bien consciente de su calidad de ícono. Pero me gusta verlo, más me gustan sus cuentos y aún más sus poemas. Adoro a Borges aunque me pega en el hígado. Ahí está la contradicción.
Luego sigue Cortázar que escribió cuentos tan significativos, con una simpleza maestra que francamente ofende (como el gol de Messi). Y cuando se acaba la cultura y siguen las patadas surgen otros nombres: El Boca, Riquelme, Verón y, hombre, dios mismo en su matiz más naco y genial, Dieguito Maradona. Y ni hablemos del rock que ahí está Charly García todopoderoso.
México se viste de gloria con sus escritores, pintores y músicos. Pero los argentinos también tienen uñas para guitarrero, y qué uñas. Como en toda Latinoamérica, Argentina tiene una tradición costumbrista que glorifica los sinsabores del campo, haciendo épicas de peleas a muerte y zafarranchos. En Argentina el protagonista es el gaucho, equivalente del charro cantor de nuestras tierras. Kilómetros de film corrieron en nuestro país con aventuras y desventuras de charros. La abrumadora mayoría eran –aceptémoslo- esencialmente ridículas. Pero aún así y aunque muchos se burlaron, jamás salió un antihéroe que jocosamente destruyera esa tradición.
Y ahí nos volvieron a ganar los argentinos, en especial uno de ellos, el genial Roberto Fontanarrosa, creador del último gaucho: Inodoro Pereyra, el renegau. Como lo explica el propio personaje es “Pereyra por mi mama, Inodoro por mi tata, que era Sanitario”. Pereyra es acompañado por su inseparable (e insuperable) Medieta, perro que habla, filósofo del buen decir.
Con una mezcla de canciones y refranes gauchescos revueltos a la brava con referencias a la alta cultura, Fontanarrosa crea, con Inodoro, un personaje entrañable e irreverente. Inodoro sufre con su esposa la Eulogia (“es arte mayor, es la masa desnuda de Goya”), tiene pleitos con la autoridad, con los indios salvajes y con una banda de pericos enanos. Es monumento a la resistencia tercermundista (“Estoy comprometido con mi tierra, casado con sus problemas y divorciado de sus riquezas”) y eventualmente, en la inmensidad de la pampa se encuentra con el Zorro, con E.T., Hulk y el propio Borges. También tiene agarrones con ángeles, con el diablo y con la misma muerte, que lo reta a duelo, él a cuchilladas, ella con alpargatazos. Y así como enfrentan a las fuerzas cósmicas, Inodoro y Medieta protagonizan diálogos inolvidables, de diáfana estupidez: “Dígame Mendieta ¿Usté ha escuchaú algo más monótono que el canto de un grillo?” a lo que Mendieta replica “y si la música es monótona, ¡La letra ni le cuento don Inodoro!”. Conocí a Inodoro a los nueve años, gracias a unos amigos argentinos de mi padre. Inodoro y el perro Mendieta son el poder del humor, que trata con ligereza lo importante y con importancia lo ligero. Lo mejor que puedo hacer en estos momentos es recomendarles vivamente que busquen, lean y disfruten a Inodoro Pereyra. El padre de Inodoro, Roberto Fontanarrosa (también creador de “Boogie el aceitoso”), murió hace unos días y francamente, me embarga la tristeza. Abrazo solidario a todos los seguidores de Fontanarrosa. Y si me preguntan cómo ando, de vacaciones en esta lluviosa y hoy triste capital, sólo me queda responder, como don Inodoro: “Mal pero acostumbráu”.
PARPADEO FINAL
Me dieron dos semanas de vacaciones. Pasé la primera malísimo de la panza. La segunda en recuperación. Apenas para llegar el lunes a medio gas y recibir de lleno el solazo lagunero. Así de misteriosos son los caminos de Dios. Todo es tan breve... no somos nada, dijo Heidegger, que mejor la hubiera hecho dedicándose a escribir rancheras.
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