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Crónica del Ojo / LAS SUFRIDAS IGNACIAS

Miguel Canseco

Las nachas protestan. Esto es un hecho. Los que emigramos a Torreón desde tierras lejanas, eventualmente oímos la canción mixteca en el corazón y nos vemos obligados a tomar un camioncito, de regreso a nuestra tierra para visitar a la familia. Con mi gente en el DF, me toca chutarme de once a quince horas de trayecto. Aún en los camiones más cómodos, tanto tiempo sentado es pura agresión contra las posaderas y las otrora rellenitas quedan en calidad de aspirina. Por eso digo que las nachas protestan y el glúteo, como cualquier músculo, cede ante la prolongada presión y termina dolorido y triste. Ante este panorama los espíritus (y carteras) más avispados prefieren subirse a un avión y quitarse de trámites. Las aerolíneas han bajado sus precios y buscándole uno encuentra boletos de avión que cuestan prácticamente lo mismo que un buen camión. Mis amigos me critican porque no me subo al avión y prefiero correr por el asfalto. Tengo dos respuestas a ello. La primera es sencilla: odio los aviones. Mi idea de infelicidad es estar suspendido a miles de metros sobre el suelo, metido en un tubo donde el mínimo error es fatal. He viajado por aire en numerosas ocasiones pero ni por asomo ha sido una experiencia placentera. Avión y cadalso son sinónimos para mí. Cierto, estadísticamente, el avión resulta más seguro que un autobús. Pero aquí, reclamo mi derecho al ritual carretero. Volver al DF, volver al sur, es para mí un hecho siempre grato y velado por la nostalgia. No extraño la capital, mi sentimentalismo es aún más pueril: extraño mi colonia, las calles por las que viví varias décadas, las cantinas donde dejé embarradas en el aire mis más peregrinas y lúcidas teorías. Extraño esos pedazos de ciudad que son parte de mí. Y hay una especie de preludio, una ansiedad cuando viajo a mi ciudad. Como si esperara una cita con la chica soñada, el tiempo se modifica, es más largo y es más corto. Me explico: corre lento porque no se ve llegar la hora y en ese trote pausado de segundos uno va apreciando cómo el día cambia de color, cómo varía la temperatura, cómo el cielo modifica sus tintes y la mañana se escurre lenta, pero certera, hasta ser noche. Uno vive todo el día como de rodillas. Por eso prefiero el camión: mi cita se alarga, se hace más rigurosa la espera y los abrazos de bienvenida tienen ese matiz cálido de algo añorado y cocinado con esmero. Procuro preparar mi viaje con música. Los audífonos dan ese toquecito agradable. Salir de Torreón con algo de Roy Orbinson, rock melancólico. Entrar a chilangotitlan con unos boleros cantados por Óscar Chávez. Salir del DF, cansado, entre la vigilia y el sueño con Érick Satie. Despertar de regreso en el desierto de Coahuila, con la voz pastosa de Leonard Cohen. Son buenos viajes. Ya se acerca pues la Navidad y sólo me queda mandar un abrazo a quienes como yo, deben desplazarse para estar con los suyos. Feliz viaje y un buen regreso, compañeros y compañeras. A ti, que lees esto, te mando un abrazo y buenas vibras. El trayecto del año se acerca a su fin y con el frío llega un poco de reposo. Y aunque las nachas protesten por los traslados, de cualquier modo recuperan su forma original y se rellenan, digo, por aquello de los tamales. Salud a todos, pues.

PARPADEO FINAL

Gratísima sorpresa fue encontrar la exposición colectiva del grupo lado B, en el Teatro Alvarado de Gómez Palacio. Lado B es un colectivo creado por Jorge Lugo y Julika, entrañables amigos que con esta muestra demuestran cómo, con rigor, limpieza y calidad se puede hacer un planteamiento estético de buen nivel con chavos muy jóvenes. La recomiendo ampliamente. Jorge Lugo, te la bañaste hermano.

cronicadelojo@hotmail.com

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