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Crónica del ojo / Niños de la calle

Miguel Canseco

Dicen que la felicidad se da por contraste, es decir, observando lo fregado de otros uno encuentra las ventajas inherentes de la miseria propia. Acudo a este recurso dado el nivel de tensión que me cargo. Cada quién sus apuros, así que no abrumaré describiendo los míos. Baste decir que el estómago revuelto, la neuralgia, falta de sueño e irritabilidad me convierten en la encarnación misma del stress. Un asco, pues.

Así que busco ejemplos de superación para encontrar esa musa entusiasta que me saque del bache. Porque hay quienes en la adversidad se forjan y se levantan. De la esperanza surge, tal vez por azar, el camino de salida que puede convertirse en una vereda de ascenso. Por eso hoy hablaré, brevemente, de tres niños de la calle. Héctor García describe su infancia con anécdotas contundentes: “nos peleábamos con los perros por los huesos o las tortillas. Buscábamos en los tiraderos de basura, compitiendo, para agarrar algo de comer. Hoy octogenario, García nos ha dejado testimonios fotográficos que lo ubican, sin duda, entre los grandes artistas mexicanos de los últimos cien años. Su fotografía emblemática es aquélla de un niño vagabundo, acurrucado apenas, en el hueco de una pared. André Malraux bautizó la imagen (que dio la vuelta al mundo) como “niño en el vientre de concreto”. Héctor García la definió con simpleza: “ese niño soy yo”. Una vida peliculesca, retrato mismo de su vocación ha sido la de Roman Polanski. Su infancia estuvo marcada por la guerra. “Yo era niño cuando crucé toda Polonia a pie, huyendo de los nazis. Sé lo que es recorrer los campos descalzo, que los pies se hinchen y queden en carne viva. Durante la guerra padecí hambre. Pero lo peor de todo, es la ausencia de los padres. El aislamiento, abandono y soledad son estados con los que me pudo relacionar perfectamente”. Su película más conocida es El Pianista, donde retrata el drama del guetto de Varsovia, el mismo donde mendingó y robó comida. A esta película se suman La Muerte y la Doncella, La Danza de los Vampiros, entre muchas otras. Como si esto no fuera suficiente, su vida estará permanentemente ligada al brutal asesinato de su esposa, la bellísima Sharon Tate, víctima de la familia Manson. Con todo, Polanski es un maestro del cine actual.

Hace unos días le fue otorgado el premio Nóbel a Mario Capecchi, por su investigación relacionada con las células madre. Como Polanski, el Doctor Capecchi extravió a sus padres en la Segunda Guerra Mundial (aunque al término del conflicto logró reunirse con su madre). “Vagaba con una banda de niños que robaban comida, como yo. Estaba enfermo de tifus y un buen samaritano me llevó a un hospital, de lo contrario, habría muerto”. El testimonio de Capecchi y su excepcional aportación a la ciencia lo han convertido en un ejemplo más de las ganas de vivir. Como bien dijo Leonard Cohen “hay una grieta en todas partes: por ahí entra la luz”. Al sobrevivir y coronar esa epopeya con un bien vivir, estos personajes dejan un mensaje de la esperanza no edulcorada ni barata, sino trabajada, cincelada con dignidad y entereza. Polanski, Capecchi, García. Niños de la calle, hombres universales. Es bueno saber de ellos. Dan ganas de seguir chambeando.

PARPADEO FINAL

Cada vez disfruto más de ser mexicano. Esta agridulce sensación de tristeza y humor, empieza a ser mi estado natural. Entre la desesperación y la mentada surge la carcajada hueca de la resignación. Al humor involuntario del cada vez más triste Fox sumamos al inefable Madrazo, que intenta transar a los alemanes (nomás pa’lucir su habilidad en ese añejo arte...) Ay México, tan tristemente representado por esta bola de p...

(Y aquí señalo el poder catártico de terminar una columna con una contundente “p” seguida de puntos suspensivos).

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