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Crónica del ojo / TRISTEMENTE SOBRIO

Miguel Canseco

En la cabecera de su cama un buen amigo enmarcó un curioso letrero que rezaba: “PUTIN EN RECUPERACIÓN”. La frase daba mucho qué pensar y al final no era más que un recorte de la primera plana de un periódico que consignaba el repunte de Vladimir Putin, presidente de Rusia. Viene a mi mente Putin porque, como todo hombre de poder, debe comer y beber de lo mejor. La cuestión es que Nicolas Sarkozy, flamante presidente de Francia, se reunió con Putin y salió del encuentro medio jarra. Ya me imagino la delicia de Vodkas que pudo haberle ofrecido Putin. Y con aquello de que el trago fino ni raspa, pues va uno y otro y ahí está Sarkozy haciendo su papelón en una rueda de prensa. No lo culpo. Ah, el vino.

Roberto Calasso en su libro “Las Bodas de Cadmo y Armonía” describe el nacimiento del vino: Dioniso, hijo de Zeus y Sémele, se enamora perdidamente del joven Ampelo. Pero la tragedia ronda y Ampelo es asesinado por un toro. Los dioses se estremecen ante el llanto de Dionisio. Así, deciden que el joven que “había aportado el llanto al dios que no llora, aportaría también delicia al mundo”. Ampelo entonces se convierte en Vid.

Cuando Dionisio estrujó la uva nacida del cuerpo de Ampelo y probó el vino de la misma, recuperó la esperanza. Calasso señala: “Era justamente lo que le faltaba a la vida, lo que la vida esperaba: la embriaguez”. Y de ahí, hasta hoy, la embriaguez une al hombre con lo sagrado o lo demoníaco, abre amistades insólitas o alimenta la violencia. Bendición y maldición, paradoja que canta con tino Óscar Chávez: “Jueves Santo me emborracho/ porque El Señor en su templo alzó una copa de vino/ para darnos el ejemplo”. Mucho debe el arte al vino, aunque éste ha sido un juego de fuerzas, donde el alcohol si se le doma, es fiel y generoso, pero, como el toro de Ampelo, puede ser asesino. Bukowsky hizo un poema del hecho mismo de ser teporocho. Pero no todos tienen el talento de Bukowsky y se hunden en la copa. En la barra del Floridita de La Habana hay una estatua de cuerpo entero de Hemingway, bebedor antológico, briago de los buenos, que hizo del alcohol puente y puerto. México tiene una pléyade de creadores seguidores de Dionisio, pintores, escritores y poetas que siguen al dios del vino hasta morir (y para los inmolados queda el consuelo de Efraín Huerta: “Que a nadie se pulque de mi muerte”).

Van Gogh, Gauguin y Tolouse Lautrec navegaron en Ajenjo. Por los rumbos de Zapioriz, el canto cardenche se quiebra en hilos de buen sotol. Y el solazo lagunero es un llamado de la naturaleza al consumo vikingo de cheve. El hombre habla por la herida. Presa de los nervios, el doc me recetó con chochos amansa locos, lo cual implica total sobriedad, no puedo beber ni una gota. Hoy me tocó ser el sobrio. Ya me anda por una chela. Sea pues esta columna un homenaje, sentido y franco a los placeres de Dionisio, siempre y cuando estén cobijados por las palabras de Alfonso X, el sabio: “Quemad viejos leños, bebed viejos vinos, leed viejos libros y tened viejos amigos”. Salusita por eso.

PARPADEO FINAL

No hubo manera de estacionarse. Se cruzó el tren, unas viejitas nos la hicieron de tos, apartaron lugares y en fin, nos perdimos del muy merecido homenaje al maestro Shade. Va pues mi disculpa y un abrazo para el maestro, que sin pretensiones y con la camaradería que lo distingue, sabe ponerse al frente de una orquesta y compartir una tarde de buen vivir y conversar. ¡Felicidades maestro!

cronicadelojo@hotmail.com

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