Me considero algo así como un auto compacto (modelo 1975), tal vez un bocho. Me encantan los vértigos del pensamiento: los números, la física, el ajedrez. Pero no me da la máquina para tanto y nomás babeo desde las gradas, viendo los bólidos pasar. Dice mi madre que nací con los ojos abiertos lo cual, transportado a esta comparación chafona querría decir que nací con los faros prendidos (y de súbito esta columna se va transformando en uno de esos viejos comerciales de Bardahl). Como todo vehículo he sufrido los rigores del dolor, la alegría, el dinero (y su ausencia) entre otros muchos golpes comunes. Y en ese rubro, de cuando en cuando, en algunos cálidos abrazos paso a servicio general y hojalatería. Pero sabemos que hay broncas que nunca cesan. Ahí va uno cual cochecito achacoso con ruidillos gorrosos a los que eventualmente se les toma cariño. Y de momento sopas, se friega todo el motor y uno queda arrumbado: la mente al deshuesadero. Y siempre piensa uno, qué bonito es circular cuando el día es soleado y el viento fresco. Pero la carretera sin aviso se torna en vereda agreste. La onda es ésta: en vialidad ligera me relajo, transito a gusto. Tiro barra. Cuando viene la crisis, en el sentón macizo ahí sí me despierto. Digo esto porque cada persona (dedíquese a lo que se dedique) tiene sus periodos de remanso y sus etapas de actividad y por qué no, de creación. Estos luminosos periodos vienen a mí cuando más ensombrecido está el panorama. Para mí, escribir o pintar es parte de un proceso de curación. Poco importa si lo que sale es “arte” o no. En vista de las complejísimas especulaciones sobre que este término, prefiero omitir ese cuestionamiento. Sólo sé que los lenguajes “artísticos” o los métodos indirectos de aproximación a un problema (como la metáfora) pueden, en su ambigüedad, ser sumamente efectivos, como una broca que llega al centro del conflicto. El problema es que las preguntas a veces no se resuelven sino que se fragmentan en otras más pequeñas. Artistear para mí es andar pepenando ahí, en los tiraderos del inconsciente. O sea que el trabajo creativo es mi manera de sobarme el golpe. Y de paso ya que uno anda buceando en pozos negros pues compartir con el público alguno de los hallazgos. Del último abollón existencial me salió una inquietud por el arte religioso. De plano me zambullí en las lecturas místicas y en el andar di con un libro fantástico: la Biblia Pauperum, texto medieval que compara el viejo y nuevo testamentos, dando una visión completa del poder simbólico de las profecías. Del fregadazo emocional y la vocación de ratón de biblioteca salió mi última exposición que lleva por título: “Natividad, celebración de un misterio”. La inauguración es el martes cuatro de diciembre a las ocho treinta de la noche, en la Casa del Cerro. Bueno, tanto cuento para llegar a este punto: los invito a mi exposición. Entrada gratis, vinito, en fin. Al final, una muestra más de otro residente de esta comarca que encuentra en la pintura un remanso en las aguas bravas. Sea pues, por allá los espero para compartir chismes comentarios y filosofías varias.
PARPADEO FINAL
Se supone que la inauguración de mi exposición era el jueves pero ese día el Santos disputará la final lo cual lo convierte en día sagrado. Y como siempre se empalman los eventos pues sería de mala educación no invitar a la exposición de la pintora Mónica Fernández, el mismo martes en el Teatro Nazas. Así que pueden rolar de la Casa del Cerro al Nazas en distinguida velada pictórica. Ahí nos vemos.
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