La crónica del ojo vuelve renovada o al menos deslavada pero animosa. Después de tres semanas de camiones y aviones me doy cuenta que psicológicamente soy algo así como una tortuguita lechuguera que gusta de vivir en su madriguera sin sobresaltos.
No estoy hecho para traslados, aunque esta vez todo fue en nombre del arte y hoy, La Habana y el D.F. se adornan con obra lagunera y dos que tres anécdotas jocosas que los pobladores del desierto protagonizamos por allá. Regreso y lo primero que encuentro es una cucaracha en mi tenis, sensación inenarrablemente asquerosa máxime que metí la pata sin calcetín. La guerra se declaró una vez más: así como Calderón anda enchilado y tirando bala a narcos y anexas, aquí me asocié con un fumigador de bigote a la Pedro Infante, pero alma de Espartano, que roció mi casa con algo parecido al aliento de López Dóriga porque cuando regresé, unas horas después, había titipuchal de bichos muertos.
En el inter de la fumigada hice cita con un médico ya que andaba presa de los nervios y el cansancio. El galeno me recetó unos chochos matones que me pusieron una mareada de pirata borracho, así que insolado y dopado llegué a mi casa a barrer cucarachas y asqueles muertos. Tremenda matazón y paisaje surrealista con pilas de cucas y hormiguitas que sucumbieron al ataque.
Rematé mi semana con una visita a la exposición “A Golpe de Hierro y Riel”, un homenaje al tren por parte de varios artistas jóvenes apadrinados por el mítico Guayo Valenzuela que presentan su obra en el Museo del Ferrocarril (sobre avenida Revolución, en dirección a la Alianza, ahí donde está la locomotora) Ingrato yo que en cinco años no me había parado por ahí y bueno, fue una sorpresa, por un lado, ver a los amigos exponer (una muestra contrastada, con piezas de buena factura y algunas cosas de corte amateur) y por otro lado, descubrir el bellísimo galerón de madera que alberga la muestra. Es un espacio excepcional que amerita más promoción, exposiciones de buen nivel, qué sé yo. Queda de tarea para las autoridades correspondientes el darle más vida a este espacio sui géneris en La Laguna. Otra razón para mi júbilo fue el encueramiento masivo en el Zócalo del Defe, donde miles de mis compatriotas sacaron a relucir glorias y miserias para hacer el caldo gordo en la foto del célebre Spencer Tunick. Por mi parte y para celebrar el centenario propongo que se arme una encuerazón de ese tamaño aquí en La Laguna, a ver cuánto nos juntamos y a ver quién aguanta el nudismo con este mendigo sol. Digo, nomás es una idea. Todo sigue su curso, al rato unos imitadores saltillenses de Kiss harán su concierto, el jueves el Yucatán a go-go presentará su espectáculo de rock para niños (lleven a todos los pequeños demiurgos, diversión garantizada) y Shakira andará meneando el bote en el estadio de beisbol. Yo no sé, pero entre balaceras, milagros santistas, exposiciones, ahogados en el vado, el calorón, paisajes de guerra con cucarachas muertas y una final Pachuca América, todo eso junto está minando mi espíritu y me siento como en una película híbrida entre Jodorowsky y Tarantino. En la Comarca Lagunera Se respira un aire de violencia. Dicen que los Zetas andan por aquí (jamás pensé que una letra pudiera ser tan macabra). Por mi parte sigo en lo propio, dando clases, con los amigos, con la novia, siendo ciudadano de esta ciudad donde plácidamente plancha su ropa el diablo.
PARPADEO FINAL
Tanto rocanrol, tanto hacer cuernitos con la mano en conciertos de greñudos, tantas camisetas negras y discos con calacas en la portada para que al final, prevalezca el amor, me vista como la gente y sucumba ante un ángel que apareció en mi vida. Termino mi columna vivencial con la ilusión del altar en el que próximamente sellaré un lazo con la mujer que amo y de paso, con esta tribulada ciudad. Así sea.
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