Ingeniero de sonido, físico de la UNAM, escéptico inamovible y buen compañero de cervezas, Jesús Mata ha sido ese amigo que a la manera de un pepe grillo me ha guiado por los caminos de la razón. Por eso me sorprendió una petición suya vía correo electrónico. El texto era el siguiente “compadre, esto no lo entiendo. A mi contestadora llegaron mensajes bastante raros, sin remitente. Te los mando en MP3 (les aumenté el volumen porque estaban muy bajito) para que los escuches. Son voces medias gachas y una grita el nombre de mi mamá (Anita). Yo no creo en nada, pero estoy asustado. A ver si con una lectura de tarot me ayudas a ver qué pasa”. Yo llevaba cuatro años leyendo el tarot y su petición me extrañó sobremanera (era el primero que se burlaba de mí). Las grabaciones, por otro lado, me pusieron a temblar. Parecía un asunto serio.
Decidimos hacer una sesión solemne de lectura de Tarot. Por lo general echaba las cartas en ambientes relajados, como un juego. Trataba de no darles demasiada importancia. Pero ahora, como herramientas, resultaban claves. La lectura giró en torno tres preguntas. No ahondaré en detalles, baste decir que fue una de las pocas ocasiones en que sentí un ambiente electrificado, expectante y denso. La primera pregunta fue: ¿las voces son de este mundo? La Papisa, Arcano II, como puerta dimensional, respondió que no, las voces eran de otro plano. ¿Son malignas? Fue la segunda pregunta. La muerte y la rueda de la fortuna no dieron mucha esperanza. La tercera pregunta fue: ¿a quién llaman? Aquí surgió una inconsistencia. La emperatriz señalaba una mujer joven. Los rasgos físicos no correspondían con la madre de mi amigo. Jesús hizo memoria y surgió un dato por demás interesante. Una prima, de nombre Anita, se había hospedado en su casa durante los días que recibió estos mensajes. Ella visitaba la ciudad en busca de un remedio para un mal incurable y terminal.
Una indagación extra confirmó que las voces llamaban a su prima, no a su madre. Al preguntar cómo podíamos ayudar a su prima, el tarot respondió con la carta once, el colgado, símbolo del destino trabajando ante un ser indefenso. Pero también es la carta de la esperanza y la oración. Así, concluimos que lo mejor era orar por la salud de esa persona a quien todos (incluso ella misma) daban por muerta. Esto fue hace un año y Anita sigue viva, recuperándose. Las emociones de la lectura y las grabaciones no las puedo transmitir con palabras. Baste decir que cuando uno se asoma al misterio, los segundos parecen horas. Investigando más adelante vi que éste era un caso más de psicofonía o grabaciones misteriosas, registradas a volúmenes muy bajos. Básicamente hay tres teorías fuertes para explicar este fenómeno. Una, que son interferencias de frecuencias de radio. Dos, que son voces del más allá. Y tres, la más plausible científicamente, es que se trata de psicokinesis o la capacidad de influir mentalmente sobre aparatos de grabación (este hecho ha sido estudiado de manera experimental). Si Anita fue llamada por espíritus, si fue la sobre lectura de una interferencia radial o fue su angustia la que modificó el aparato de grabación no lo sabemos. Lo cierto es que entre las voces, el tarot y la problemática real de una enfermedad hubo un paréntesis donde el miedo, la curiosidad y la esperanza se apoderaron de varias personas, entre ellas yo. Verídico y memorable, son de esas cosas que aderezan las conversaciones y al mismo tiempo abren profundos signos de interrogación en el alma.
PARPADEO FINAL
Ahora sí me puse en plan chiquidrácula. Esto pasó en verdad y en espera del jueves primero de noviembre, día de muertos, aprovecharé para tirar tres historias misteriosas que experimenté en este pellejo mío. Así que recorten esta columna y léanla a la media noche pa’que cale más hondo. Van mis saludos, (desde el mas acá).
