Sepultura
Dícese del lugar donde los humanos son consumidos por una horda de gusanos, también conocido como sepulcro. También es el nombre de una banda de metaleros brasileños que es parte de mi nostalgia. En vista de lo lúgubre del término, prefiero hablar de la banda. Hace veinte kilos tenía yo diecisiete años (juventud, divino tesoro), por aquel entonces, en el despuntar de los noventa, era un fanático absoluto de Sepultura y cumplía con la etiqueta de un buen trash metalero: camiseta fregada, tenis apestosos, postura encorvada y mirada supuestamente amenazante.
El trash y el death metal son géneros que abordan la pesadilla, el caos y la violencia social y política. Si uno mezcla tamborileros brasileños con el rock más distorsionado agregándole una visión cruda del tercer mundo y unos cuantos metros de mechas y tatuajes entonces se ha dado en el clavo: ahí está Sepultura. Un adolescente con ánimos de rebeldía no puede pedir más de un grupo. Ver a Sepultura en vivo hace casi veinte años, fue mi sermón de la montaña. Ésos fueron tiempos difíciles: con mi familia a medio destruir, sin novia y en una capital hostil (la casa era un caldero de gritos, la escuela una cancha para el fracaso) era muy natural comulgar con una tribu urbana, la de los metaleros. Cuando familia y sociedad se resquebrajan, no hay mucha razón para seguir sus normas. Éste es el punto de partida de la contra cultura, de la música, la literatura y las artes visuales que hurgan en las zonas obscuras y se fundan en la oposición a las reglas dictadas por los medios masivos y el gobierno.
Así surgen las distintas subculturas o tribus urbanas (Darks, Punks, Thrashers, Ravers, etc.), con jóvenes o personas que no creen en los valores establecidos, que han sido hostilizados o detectan las fallas e hipocresías de la sociedad y en respuesta crean su propia indumentaria y visión estética, en resumen, inventan nuevos símbolos y marcos de referencia.
A mí me tocó vivir esta situación desde la trinchera del metal extremo. A varios años de distancia, veo cómo aquel movimiento ha sido perfectamente digerido por los medios de comunicación. El metal más aguerrido es soundtrack de películas de acción y los tatuajes adornan la baja espalda de las niñas fresas. Esto puede ser triste pero por otro lado señala un hecho importante: ante la rampante estupidez de los productos comerciales, la contracultura resulta una reserva creativa para el comercio y eventualmente es una mina de oro. Ser diferente, en una sociedad consciente y progresiva, puede ser muy redituable. En este sentido, México y en específico Torreón tienen aún mucho por aprender de sus propuestas subterráneas, del arte que no pretende serlo, de la música, las imágenes y las palabras que cuestionan y retan antes de complacer. La contracultura fue y es tierra fértil para la creación. El tiempo dicta curiosos veredictos.
Sepultura va a tocar en Torreón para chavos que tal vez ni habían nacido cuando yo era fan de esa banda. Mi apestosa camiseta negra se perdió y aunque existiera, Paty me divorciaría si me la pongo. Los pleitos familiares se estabilizaron y todo quedó saldado. Hoy me siento enriquecido por aquellas vivencias y agradezco a Sepultura, que me ayudó navegar por aguas turbias. Mi castigo divino por ser joven rebelde es que ahora, de barriga y bigote, tengo esa pinta de padre de familia que tanto cuestioné en su momento. En fin. Lo dijo González de Alba: “ya todo es cicatriz”.
PARPADEO FINAL
Semana Santa y como Manolito el de Mafalda, me tocará tomar el sol en el lavadero de mi casa. Me dedicaré a corretear cucarachas, jugar futbolito, leer, dormir y ya entrados en gastos me chutaré dos que tres películas de la Pasión de Cristo (mexicanas de preferencia) con refresquito y botana de vigilia. Benditas vacaciones.
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