Transcurría el siete de marzo cuando en una agitada población fronteriza sufrimos el hurto de nuestra camioneta modelo 2004, en el centro de la ciudad y bajo plena luz del día.
Han pasado más de dos meses y todavía es hora que no recibimos el pago del vehículo y mucho menos la devolución del mismo. Las faenas que hemos vivido son dignas de contarse para que, usted amigo lector, esté preparado ante un incidente de tal naturaleza.
Apenas detectada la desaparición hablamos al número de emergencia 066 de la Policía temerosos de que el auto había sido llevado a algún corralón. La respuesta fue que para averiguarlo había que recorrer todos los corralones de la periferia.
Minutos después llamamos a un amigo con relaciones en el Gobierno quien de inmediato habló al director de Policía. Al conocer los hechos el comentario del funcionario fue lacónico: el carro fue robado y debe reportarse al 066 antes de que sea sacado de la ciudad.
El directivo no se tomó la molestia de conocer más detalles y menos de ordenar una investigación. De aquel día a la fecha jamás recibimos llamadas de las autoridades para solicitar más datos o siquiera para comunicar los avances del caso.
Para realizar la denuncia formal ante la autoridad mexicana nos trasladamos primero a la ciudad de Chula Vista, California, en donde teníamos los documentos del auto, cuyas placas y seguro, eran norteamericanos.
Antes de regresar a México llamamos a la Policía de Caminos en California para reportar el robo, pero tampoco tuvimos éxito. Primero había que presentar el reporte en México y después acudir con el documento a la oficina respectiva en Estados Unidos.
Regresamos entonces a Tijuana y tardamos más de dos horas para realizar la denuncia ante el Ministerio Público debido a las colas, burocracia y fallas en el sistema de computación.
En ese instante calculamos que el auto ya andaba más allá de San Quintín o cerca de Caborca, Sonora, dependiendo de la ruta tomada por los delincuentes.
Al día siguiente contactamos a la aseguradora Allied de Estados Unidos ansiosos de recibir su comprensión y una ruta fácil para recuperar el auto o su valor. Habíamos olvidado que ocho meses atrás adquirimos un seguro de la compañía AIG México para realizar un viaje familiar al interior del país. Tal exceso de seguridad salió más caro de lo pensado.
Allied al conocer del seguro mexicano se negó rotundamente a procesar nuestra reclamación a pesar que el auto fue robado a menos de 25 millas de la frontera. Prometieron cubrir parte del deducible y la renta de un auto durante un mes, mismos que hasta la fecha no han pagado.
El Vía Crucis inició con la compañía AIG que solicitó papeles y más papeles, apenas entregábamos un documento y pedían dos más. Cuestionarios repetitivos y burocráticos que nos hacían sentir más como sospechosos del robo que como clientes de la aseguradora.
La segunda monserga fue obtener un reporte de cortesía de la Policía de Caminos de California. Lo llaman así porque no están obligados a entregarlo toda vez que el delito se cometió en México. Pero curiosamente en cuatro visitas a la dependencia advertimos que el 90 por ciento de los robos de autos reportados se cometió en territorio mexicano.
Por fin la semana pasada salió el acuerdo mediante el cual AIG enviará un cheque a la empresa que financió nuestro auto, quien a su vez nos remitirá el saldo correspondiente.
No sabemos si esto tardará uno o dos meses y si tendremos que entregar más papeles, lo cierto es que a más de sesenta días del robo no hemos visto claro: ni vehículo ni reembolso.
Todo esto me hizo recordar cuando años atrás un buen amigo promovió una asociación para la defensa de las víctimas de autos robados. Hoy queremos retomar tal iniciativa por solidaridad a quienes sufren en carne propia los estragos de ser despojados de su vehículo.
¿Alguien se suma a esta tarea? Ya es tiempo de poner un alto a esta terrible mafia en donde participan personas y organizaciones de todos los colores y sabores. No por nada se considera el robo de autos como el segundo delito más lucrativo en México.
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