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Cuando el placer se ausenta

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EL UNIVERSAL

El deprimido percibe el mundo diferente: ve los colores como opacos, no degusta el sabor de la comida, no tiene ninguna ilusión de vivir

los intentos suicidas y los suicidios consumados son expresiones de una patología cerebral muy extendida hoy en día: la depresión. Aunque este mal es “conocido” desde hace más de dos mil años, hace apenas unas cinco décadas se comenzó a estudiar desde un punto de vista neurobiológico para determinar qué circuitos neurológicos están involucrados en él.

Carlos M. Contreras, investigador de la Unidad Periférica del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM -ubicada en la Universidad Veracruzana de Xalapa, Veracruz-, se ha adentrado, desde hace 20

años, en la fisiopatología tanto de la ansiedad como de la depresión. Así, ha identificado que una estructura cerebral asociada al placer, el núcleo septal lateral, responde a los tratamientos antidepresivos y a los modelos que conducen a la desesperanza. Esta estructura contiene receptores de diversos mediadores químicos, hormonas esteroidales y neuroesteroides.

“Cuando la función de las neuronas de dicho núcleo se modifica por situaciones medioambientales o en forma endógena -explica Contreras- se presenta uno de los síntomas capitales de la depresión: la anhedonia o incapacidad para experimentar placer. El deprimido percibe el mundo diferente: ve los colores como opacos, no degusta el sabor de la comida, no tiene ninguna ilusión de vivir; para él, todo es desesperanza.”

Experimentos bien conocidos de autoestimulación intracraneal en un modelo animal evidenciaron la relación núcleo septal lateral-placer: una rata de laboratorio prefirió accionar una palanca para recibir, vía un electrodo, choques eléctricos en esa zona cerebral, que aceptar alimento, agua, drogas adictivas,

o tener actividad sexual.

En el Laboratorio de Neurofarmacología del Instituto de Neuroetología de la Universidad Veracruzana, Contreras y un equipo de investigadores bajo su mando demostraron que los antidepresivos aumentan la actividad neuronal en el núcleo septal lateral, con lo cual mejoraría el estado de ánimo del deprimido.

“En cambio, la actividad neuronal disminuye en esa estructura cerebral ante un estímulo aversivo condicionado o cuando el animal es sometido a procesos inductores de desesperanza”, comenta.

ANSIOLÍTICA Y ANTIDEPRESIVA

En el binomio depresión-suicidio hay un componente de género: se deprimen más las mujeres que los hombres (cinco por uno), pero se suicidan más los hombres que las mujeres (cinco por uno). En esto influiría decididamente la acción de la hormona femenina progesterona (el hombre la produce en pequeñas

cantidades).

Contreras y su equipo hallaron evidencia de que dicha hormona funciona como ansiolítico y antidepresivo

endógeno. Esta hormona gonadal estambién un neuroesteroide que se sintetiza en el cerebro. El receptor

del ácido gama-amino butírico (o neurotransmisor GABA, por sus siglas en inglés), muy estudiado en la ansiedad y la epilepsia, tiene un sitio de reconocimiento específico para ella.

“Así pues -apunta el investigador-, la progesterona origina acciones conductuales y electrofisiológicas

semejantes a las de los tratamientos antidepresivos y potencia la acción experimental de un antidepresivo

tricíclico, lo que explicaría la mejor respuesta de las mujeres a tales tratamientos y, por lo tanto, la menor taza de suicidios entre ellas.”

COMBINACIÓN POSIBLE

Durante el llamado síndrome premenstrual, caracterizado por un periodo de depresión ansiosa, se da una disminución brusca de progesterona y estradiol, al contrario de lo que sucede durante la ovulación, cuando

los niveles de ambas hormonas están muy altos. En mujeres que padecen síndrome premenstrual, Contreras corroboró que un tratamiento basado en la disminución gradual de progesterona reduce la sintomatología depresiva y ansiosa.

Ello explica asimismo porqué, conforme avanza el embarazo y aumentan los niveles de progesterona y estradiol, la mujer experimenta una gran sensación de bienestar y una inquebrantable disposición de cuidar y atender a su bebé.

De ahí que Contreras no deseche la posibilidad de combinar progesterona con antidepresivos para tratar a pacientes refractarios. “Es sólo una idea: si la progesterona es ansiolítica y antidepresiva, podría combinarse con un antidepresivo de nueva generación, como la fluoxetina, y quizás se obtendrían

mejores resultados”, finaliza.

RECOMENDACIÓN

En el cerebro de una persona deprimida fallan algunos procesos de reconocimiento de señales entre las neuronas. El problema es que la restauración de la función sináptica, promovida por los antidepresivos, es lenta y, por consiguiente, la curación de la enfermedad también.

Por eso, Contreras recomienda vigilar (incluso hospitalizar durante dos o tres semanas) al paciente con ideación suicida y darle tratamiento ansiolítico, antidepresivo o antipsicótico. Ambas medidas (hospitalaria y farmacológica) podrían reducir el porcentaje de suicidios.

ACETONA

La acetona 2-heptanona tiene la capacidad de desorganizar la actividad multineuronal en la amígdala

basolateral y el núcleo septal lateral, estructuras cerebrales implicadas en la memoria emocional.

En experimentos con ratas de laboratorio, Carlos M. Contreras y su equipo descubrieron que la ansiedad y la depresión se pueden transmitir por medio del olor de esta acetona que se produce como consecuencia del metabolismo normal y se libera con la orina.

“En efecto, la olfacción de 2- heptanona causa reacciones de ansiedad e incluso de depresión en quien es espectador del dolor de otro. Al liberar grandes cantidades de la mencionada acetona, los sujetos estresados y, de manera natural, los diabéticos suelen poner ansiosos a sus familiares y a la larga los deprimen”, señala el investigador.

CODIGO DE BARRAS

De acuerdo con estudios llevados a cabo por Carlos M. Contreras, el afecto y el reconocimiento entre

una madre y su hijo están mediados por el aroma de distintas sustancias como los ácidos grasos (oleico, palmítico y linoleico).

“Éstos y otros ácidos están presentes en el líquido amniótico, el calostro y la leche materna”, afirma. El investigador halló también que la proporción de dichos ácidos es diferente en cada mamá. “Cada una tiene su marca y su bebé reconoce ésa y no otra.

Es como un código de barras: aquél aprende sobre esas sustancias desde que está dentro del útero y establece la pauta que habrá de reconocer cuando salga al mundo. Puesto que el bebé se siente bien dentro del útero, suponemos que dichas sustancias podrían funcionar como ansiolíticos y antidepresivos.”

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