Después de ver el terrible trabajo de Terry Vaughn en el partido de cuartos de final de la Copa Oro creo que los más preocupados por el bajo nivel arbitral del torneo deberían ser los directivos mexicanos. Usted se preguntará por qué, pues muy sencillo, estos silbantes que está usted padeciendo en los encuentros serán los mismos que dirijan los juegos del Tri en la eliminatoria mundialista y sinceramente no creo que en un año enseñen demasiado progreso.
Ya de por sí el evento es de ínfima calidad futbolística, y si a ello se suma un paupérrimo arbitraje, pues el cóctel se vuelve altamente explosivo y atenta contra el principal mandato de la regla de juego que es cuidar, por encima de todo, la integridad física del jugador.
La razón del descuido en la capacitación de los silbantes en la Concacaf es de índole fundamentalmente política; luego de que el poder acumulado en unas solas manos en la presidencia de la Comisión de Árbitros diera como resultado que el titular de la misma se creyera con derecho a pelear por la silla grande de la Confederación. La FIFA, siempre tan diligente cuando de proteger sus intereses se trata, decidió dividir el poder nombrando tres dirigentes en el área, a saber, uno en el norte, otro responsable de Centroamérica y finalmente uno presidiendo al Caribe, todos bajo el mandato de ese terrorífico personaje que es Jack Warner.
Esto trajo consigo una feroz lucha por el control de arbitraje en el área y el consecuente abandono de los escasos programas que intentaban mejorar a este olvidado rincón del planeta en esta materia que, sin embargo, sigue siendo un importante filón en cuanto a votos se refiere.
Los instructores arbitrales del área se encuentran con que no hay sitio para acomodar a los escasos nuevos valores que surgen pues la dirigencia prefiere cobijar a los veteranos seguramente bajo la consigna de, “más vale malo por conocido que bueno por conocer” y así se eternizan asistiendo a eventos internacionales jueces de nulo nivel competitivo.
El arbitraje de Vaughn es para erizar los pelos a cualquiera; jamás se enteró que los tácticos del partido iban a ser el faul, la provocación y la indisciplina mandadas desde la banca costarricense. Permitió cualquier cantidad de rudezas pero expulsó al primer tico por protestar pues ni cuenta se dio que lo tenía amonestado.
Se hizo bolas con las tarjetas y tuvo que hacer valer la roja cuando era demasiado tarde y la cancha de juego parecía un escenario de lucha libre al estilo de la Triple AAA.
Los directivos en general sólo se acuerdan del arbitraje cuando pierden y por ello es que ahora, después de la carnicería, el secretario general de la Femexfut debería enviar el video a la FIFA acompañado de una enérgica nota de protesta pues pese a la victoria el jueceo afectó al partido en sí mismo y pudo generar incluso lesiones trágicas. ¿Qué ganaría México con esto?, pues elevar la calidad moral de exigir programas de capacitación dentro de la Confederación o exigir silbantes de otras latitudes para la eliminatoria mundialista.
Se dice por ahí que un silbante malo perjudica a los contendientes por igual como si ello fuera un consuelo; no hay derecho a que un árbitro incapaz prive del placer del juego a jugadores y espectadores y nuestros federativos deben tener presente que cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar.