“Coopelas o cuellos”.
Zhenli Ye Gon
Érase una vez un chino que decidió ir a tierras lejanas en busca de fama y fortuna. Los dioses le sonrieron en sus dos empeños.
Fortuna adquirió y de manera sobrada. En su residencia tenía una enorme cantidad de dinero, billete sobre billete: un monto tal que nadie nunca nadie había visto reunida en metálico en un solo lugar.
En cuanto a la fama, bueno pues la fama lo alcanzó quizá de manera tardía e incómoda, pero el hecho es que a últimas fechas no ha habido personaje más popular que él en las pantallas de televisión de ese reino lejano en que se estableció.
Pero este chino no sólo llamó la atención por su habilidad comercial. Su sabiduría se hizo objeto de estudio en todo ese lejano país y más allá. Su máxima “Coopelas o cuellos”, ampliamente difundida por los estudiosos del orientalismo, se convirtió en objeto de reflexión y de devoción primero en círculos académicos y más tarde en comunidades religiosas. Los filósofos pasaban días enteros analizando su sentido. No faltó quien lo considerara el nuevo Confucio.
El nombre de este chino aventurero y místico era Zhenli Ye Gon. Quienes lo conocían más estrechamente lo llamaban “el chino Gon”. Los que realmente ingresan a su círculo más íntimo, sin embargo, de cariño lo llamaban simplemente Chin-Gón.
De apariencia juvenil, Chin-Gón se movía con facilidad en los más altos círculos de la sociedad de aquel lejano país. El amor por su patria adoptada era tan grande que, con celeridad inusitada en un lugar donde otros necesitan décadas para ello, logró que se le diera la ciudadanía. No fue, por otra parte, algún funcionario menor quien le entregó los documentos que acreditaban su nueva nacionalidad, sino el mismo emperador de la lejana tierra.
La fortuna y la influencia le llegaron a Chin-Gón con gran rapidez, aunque no sin esfuerzo. Apenas en 1996 estableció en su país de origen una primera empresa a la que llamó Unimedic Hong Kong Company. Ésta se dedicaba a abastecer ingredientes para la producción de medicamentos. ¿La inversión? Tan sólo 10 mil denarios. Posteriormente creó Emerald Import and Export Corporation, la cual en 1997 estableció una filial precisamente en esa lejana tierra de la que sólo en libros había leído y que él habría de convertir en su nueva patria.
Con el tiempo sus 10 mil denarios crecieron y se multiplicaron. Su fortuna se hizo enorme y llenó de envidia incluso a los más ricos. Chin-Gón tuvo tanto éxito como comerciante que empezó a construir una factoría para la producción de medicinas en esa nueva tierra.
En 2006 el ya próspero Chin-Gón adquirió una gran mansión en una exclusiva zona de su tierra adoptada donde empezó a vivir con su esposa e hijos. Meses después, sin embargo, de improviso llegó a la casa un destacamento de guardias imperiales armados hasta los dientes que detuvo a su esposa y a algunos de sus colaboradores.
Los guardias encontraron en ese lugar verdaderas montañas de dinero: 205 millones de denarios así como cantidades importantes de monedas de otros reinos y algunas armas. Chin-Gón no se encontraba en el lugar por lo que no pudo ser capturado por quienes lo querían solamente a él.
Refugiado en un reino vecino, el alicaído Chin-Gón trató de demostrar su inocencia ante el Gobierno del emperador. Contrató abogados en el reino vecino y también en su patria adoptada. Habló con quisiera escucharlo para tratar de explicar lo ocurrido. Negó que las mercancías que en caravana transportaba se emplearan para producir sustancias ilícitas. Dijo que él nunca había ocultado sus cargamentos y que abiertamente había emprendido la construcción de su factoría. Explicó, o trató de explicar, que los denarios que tenía en su casa los había recibido a regañadientes de un funcionario de la Corte. Si él no aceptaba ocultar ese dinero en su mansión, afirmó, el funcionario tomaría medidas muy serias en contra de él y su familia.
El problema es que el chino Gón se confundía con sus propias historias. A veces culpaba a unos y a veces a otros. Sus propios abogados se peleaban entre sí. Uno apoyaba la historia del funcionario y otro la ignoraba. Por otra parte, el lenguaje extranjero en que Chin-Gón tenía que explicarse hacía que con frecuencia sus palabras se le enredaran en la lengua. Al final, no sólo no resolvía el problema sino que lo ahondaba.
El chino del cuento no sabía si todos sus éxitos habían valido la pena. De qué sirve tener fama y fortuna, pensaba, si la esposa, los amigos y los colaboradores han sido arrojados a las mazmorras. Qué sentido tiene acumular riquezas o tener la posibilidad de dejar millones de denarios en las mesas de juego si la perspectiva de una cárcel ensombrece el futuro.
Chin-Gón tiene hoy una visión de la vida muy distinta que hace 10 años cuando dejó su país natal lleno de ilusiones. Y lo peor de todo es que él sabe que este cuento todavía no se ha acabado.
INFRAESTRUCTURA
La experiencia de otros países es muy clara. Las naciones que han logrado prosperar en el mundo en las últimas décadas han abierto su economía e invertido en educación y en infraestructura. El plan del presidente Calderón para invertir más de 2.5 billones de pesos de aquí a 2012 en infraestructura debe ser por lo tanto aplaudido. Los problemas serán: cómo financiar los proyectos y cómo asegurar su eficacia. Poco importa si las obras de infraestructura son pagadas por capitales públicos o privados. Lo indispensable es que sean las obras que el país necesita y que sean financieramente sustentables.