Por puro hartazgo del partido que mediante una perversa maquinaria electoral se nos impuso durante décadas. Por la simpatía que suscitaba su discurso campechano y rancherote, abiertamente opuesto a la retórica amañada que nos recetaban los ?señores licenciados? del partido en el poder; o por la suma de todo eso, los ciudadanos que acudimos a las urnas aquella luminosa mañana del seis de julio de 2000, en una votación sin precedente le otorgamos a Vicente Fox el timón del país.
Confiados en su buena fe, en sus bototas bien enraizadas y firmes y en sus manos recias que supusimos capaces de mantener el control del timón; le otorgamos mismo crédito que otorgamos a los magos. En el sueño guajiro que aún a sabiendas de que nunca se hace realidad, los mexicanos soñamos cada sexenio; creímos que bastaría el cambio de un Gobierno viciado de origen a uno nuevo y fresco que con un estilo popular y cercano prometía: resolver en quince minutos el problema de Chiapas, atacar la corrupción desde el corazón del Gobierno, acabar con el narco, abatir la pobreza, modernizar las instituciones, encontrar los cauces para sacar a la educación del estancamiento en que se encontraba y bla, bla, bla...
El candidato se fue de boca -como todos- y ofreció lo que el presidente no pudo cumplir, entre otras razones porque los diputados y senadores que lo apoyaban resultaron insuficientes ante la oposición para aprobar las reformas a nuestro inoperante sistema fiscal y modificar la legislación laboral.
Con una mayoría priista en el Congreso que aún no se resigna a sacar las manos del poder y que aprovechó toda oportunidad de boicotear las propuestas del presidente; para desgracia de todos Fox estuvo maniatado durante su gestión. Un cambio como el que el presidente proponía hubiera requerido un cien por ciento de su energía y entrega, condiciones ambas que el reunía hasta que apareció Martita exigiendo sus besitos y exigiendo su canción.
?Aquí trabajando intensamente, por las mujeres, por los niños...? repetía. Y mucho ?Vamos México?, pero ni siquiera fue capaz de tramitar un destino medianamente aceptable para los cinco o seis niños de la calle a quienes, en los primeros minutos de su Gobierno el presidente apadrinó moralmente.
A pesar de los tristísimos resultados, sigo creyendo que Fox al apadrinarlos actuó con sinceridad, pero ante la magnitud de su compromiso presidencial, sus ?ahijados? pasaron al olvido.
-¿Por qué les molesta tanto que estemos enamorados?- Preguntó Fox alguna vez ante los duros periodicazos que le propinaban a doña Marta. No, querido, muy querido presidente, el problema es que, pichoncito enamorado como aparecía en las fotos, usted nunca asumió que todo enamoramiento pertenece al ámbito íntimo y privado, y que la Presidencia no es susceptible de compartirse ni siquiera con su intensísimo amor de turno. ¡Pobre señora Marta, qué caro ha pagado su frenesí por el poder y su protagonismo. Y sin embargo no nos equivocamos, usted aguantaba y a pesar de tanto sobrepeso, logró para el país avances que nadie le podrá regatear: para empezar, usted ha sido el primer presidente respetuoso de nuestras instituciones.
Logró la inflación mas baja en tres décadas (3.5 por ciento) Consolidó nuestra economía que hoy cuenta con una confianza internacional que hace posible a pesar de los severos problemas políticos que padecemos, que no estemos enfrentado -al menos no todavía- las devaluaciones y crisis económicas de final de sexenio a las que nos tenían acostumbrados.
Sin embargo, los recientes acontecimientos lo han rebasado y la póstula purulenta de la pobreza finalmente reventó gracias a la apertura democrática que usted impulsó. Es evidente que quedan muchas asignaturas pendientes, pero aún así, llegó al final de su mandato con un índice de aprobación cercano al 62 por ciento y sólo nos queda recomendarle para la próxima; tenga cuidado con lo que pida porque se le puede conceder y...
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