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De la catapulta al lastre

Jesús Silva-Herzog Márquez

Nadie ha hecho tanto por su partido como Andrés Manuel López Obrador. Nadie le ha sido tan gravoso a su partido como López Obrador. El político tabasqueño multiplicó la votación del PRD, lo convirtió en fuerza ganadora en la mitad del país, lo inventó donde apenas existía y lo dejó a un paso de conquistar la Presidencia. Gracias a él la segunda bancada más numerosa en la Cámara de Diputados es perredista. Gracias a él su partido sigue gobernando la capital del país. Un simple vistazo a la historia reciente de nuestras elecciones dará cuenta de la catapulta que fue para su partido. Un portentoso ascenso electoral. Después de las elecciones, el trampolín parece, más bien, un lastre. No me refiero a las votaciones que se han sucedido después de julio de 2006. La actitud del ex candidato presidencial frente a las instituciones pudo haber sido dañina para el PRD pero, en general, se imponen en cada votación las circunstancias locales. La rémora de López Obrador se percibe, sobre todo, en el gravísimo retroceso discursivo de su partido.

En ausencia de pruebas concretas sobre el fraude, López Obrador ha recurrido a la narrativa fantástica de la conspiración. Quienes lo siguen coinciden en tal acto de fe. No pueden ofrecer datos, evidencias, ni razones de que se haya falseado el voto. Sin embargo, están convencidos de ello, lo saben, lo sienten. El PRD se ha convertido por ello en una congregación de fieles que no puede poner en duda la verdad revelada. López Obrador ya no se toma la molestia de explicar su alegato, simplemente repite que un oscuro poder le robó la Presidencia. Cualquier dato, cualquier rumor, cualquier chisme es usado por él como demostración plena del conjuro.

Su reciente comparecencia ante el congreso del PRD es una muestra de la curiosa lógica del caudillo. Los adjetivos que emplea no describen una crisis política sino una posesión satánica. Grotesca, descompuesta, impune, envilecida política. Todas las órbitas institucionales han quedado poseídas por el espíritu del Mal. El Ejecutivo es un usurpador. Las instituciones han sido envilecidas a tal punto que son sólo la careta de una mafia. Los miembros del poder judicial son encubridores que carecen de cualquier autoridad moral. Los medios de comunicación forman parte del mismo estercolero. A excepción de algunos medios favorables a su causa, son simples instrumentos de control y manipulación de la opinión pública. Frente a la posesión, López Obrador no llama a la actividad política. Convoca a su partido para convertirse en exorcista. Un aparato para conjurar los malignos espíritus que se han apoderado de la nación.

Hay visibles diferencias dentro del PRD. Es natural que así sea. Todos los partidos tienen sus grupos y sus pleitos. Los medios de comunicación se han concentrado, por su parte, en las controversias y las rivalidades dentro del PRD. Les gusta hablar de tribus, remarcar su indocilidad y su violencia verbal. Subrayan por eso los gritos y las amenazas; las descalificaciones y los insultos. También es natural que sea así: los medios adoran la reyerta. Yo subrayaría lo contrario: el gran acuerdo que hay en el PRD. Nadie se atreve a mencionar ahí dentro la inmensa farsa del “fraude”. No hay un solo actor dentro del partido que sea capaz de ponerle nombre al engaño lopezobradorista que comenzó la madrugada del 3 de julio del año pasado. Algunos cuestionan tímidamente la campaña o la estrategia electoral. Pero nadie es capaz de levantar la voz para nombrar la verdad y reconocer que perdieron la elección. Así, la quinta resolución del Congreso Nacional Extraordinaria del PRD declara enfáticamente: “Bajo ninguna circunstancia reconocerá como presidente de México y que no habrá diálogo ni negociación alguna con él”.

Las diferencias que haya dentro del PRD me parecen intrascendentes frente a esta coincidencia central. El PRD unánimemente se dispone a desconocer la realidad, a darle la espalda a las circunstancias y seguir en el aislamiento de su fe. Se puede adornar esta ceguera con el vocabulario incendiario de quienes sueñan con una agudización de las contradicciones tal que lleve finalmente al cambio auténtico. Se puede también tapizar esa ceguera con una ambigua apelación a las instituciones y la vía electoral. Lo relevante es que ambas siguen el engaño central: la fe (pues su convicción no se funda en prueba o razón) en el fraude.

El secuestro del imaginario lopezobradorista es pleno. Ni los sectores más distantes al liderazgo de López Obrador se atreven a encarar el núcleo de su engaño. ¿Qué tan nueva puede ser una izquierda que dice para dar prueba de lealtad al prohombre que ellos no van a “entregar legitimidades”? La expresión es de Carlos Navarrete y vale la pena detenerse en ella porque proviene del ala moderada del partido. Con todo orgullo Navarrete advierte que los legisladores del PRD no otorgarán legitimidad a “ese personaje” que es Felipe Calderón. El pequeño problema es que a los partidos no corresponde esa tarea. No son las partes las que confieren o retiran el título de legitimidad a las autoridades constitucionales. Si los partidos son en verdad democráticos entienden que corresponde a los órganos arbitrales definir a quién corresponde el encargo ejecutivo o la representación congresional.

El PRD cayó completo en la trampa de López Obrador. Nadie dentro lo encaró a tiempo. Por eso asume un discurso que no tiene asidero en el mundo real como postura oficial. Negando su propio sitio en el presente, se tragó la idea de que México es una dictadura dominada por fuerzas oscuras, donde no hay instituciones de la diversidad ni votaciones creíbles. Así, el PRD se debate entre dos versiones del mismo solipsismo: el mundo es sólo lo que yo quiero que sea.

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