De seguir por donde corre la política, de la euforia se podría pasar a la depresión. La clase dirigente del país se advierte desbocada y, en varias de sus actuaciones, exhibe un peligroso grado de descomposición.
En el anterior Sobreaviso se reseñaba la satisfacción del gobernador Mario Marín por el certificado de impunidad que le extendió la Suprema Corte; la correspondencia entre Gobernación y el Ejército Popular Revolucionario que sugiere una guerra de tinta, salpicada con uno que otro bombazo, y el concurso donde participan funcionarios federales y capitalinos para ensalzar a su respectivo patrón y demostrar cuál de los dos es más cuerda y legal.
Van ahora otros ejemplos para ilustrar cómo la élite en el poder hace de la desmemoria, la impunidad, el cinismo o la frivolidad el telón de fondo por donde resbala la política y se profundiza el desencuentro que, en un descuido, podría llevar al país a un escenario peor.
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Hace cosa de días, los diputados exhibieron su incapacidad para acordar la designación de los nuevos miembros del Consejo General del IFE.
La mala noticia fue el incumplimiento del plazo fijado por ellos mismos para concretar esa tarea, la buena noticia fue que no repitieron el error de designar a esos funcionarios sin el aval de las tres principales fuerzas políticas. Entre ambas noticias y habiendo tenido muchísimas oportunidades para hacerlo, el viernes 14, Luis Carlos Ugalde renunció a la presidencia del IFE siendo que la decisión de echarlo había sido tomada tiempo atrás.
El origen del nombramiento de Ugalde lo vulneraba, su desempeño lo condenaba y el arbitraje de la contienda electoral del año pasado lo liquidó. Con o sin reforma electoral de por medio, era insostenible. De cualquier forma, Ugalde quiso disfrazar su retrasada salida con una gallarda actitud pero, en el esfuerzo, perdió la memoria. Renunció como si hubiera asumido el cargo el 3 de julio de 2006 y no tiempo atrás. Sin embargo, la consejera Lourdes López le refrescó la memoria, exhibiéndole como un “árbitro” incapaz de silbar con imparcialidad dentro y fuera del Instituto Federal Electoral.
“Durante los últimos 17 meses el IFE ha vivido amenazado –asentó Ugalde, aquel viernes 14–. Las amenazas se materializaron cuando el Congreso aprobó una reforma constitucional que estableció la remoción anticipada de los consejeros electorales”.
Ahí es donde asoma la pérdida de la memoria. En el calendario de Ugalde, a partir de julio de 2006 el IFE vivió amenazado. Antes, nada de eso ocurrió. El proceso y la campaña electoral fueron impecables, todo era imparcialidad, independencia y autonomía. Después todo empezó y, 17 meses más tarde, Luis Carlos Ugalde sufrió un repentino ataque de “dignidad” y renunció.
Lo interesante ya no es lo que escriba éste o aquel analista sobre la gestión de Ugalde, lo interesante es lo dicho por la consejera Lourdes López sobre ese particular. En la sesión extraordinaria del pasado domingo 16, en que se eligió a Andrés Albo como presidente provisional del IFE, Lourdes López señaló:
“El pecado de este Consejo General no es su origen sino su división, el pecado de este Consejo General fue haber consentido la consolidación de un grupo que votó decisiones en bloque y que fue intermitentemente acompañado por el resto de los consejeros electorales y que fue generando una dinámica de decisión que generó las percepciones que ahora se tienen sobre la autoridad electoral, particularmente en las decisiones polémicas, complejas, inéditas, difíciles como fueron aquellos asuntos de la propaganda negativa o el abordaje del Consejo Coordinador Empresarial, sólo por mencionar algunos”.
Luego, agregó: “Por acción, por omisión o por intransigentes hemos traído al Instituto a la circunstancia que hoy vive; pero, sobre todo, nuestro gran error es no haber podido construir una visión conjunta sobre la conducción institucional”.
En ese punto, reseñó cómo el propio Luis Carlos Ugalde cargó los dados, antes de irse, a favor de Andrés Albo y añadió la siguiente expresión:
“Con su última actuación, Luis Carlos Ugalde confirmó su estilo de arbitrar y contaminó esta designación, propiciando y consintiendo un proceso inequitativo, tan sólo en términos de información. Por eso se dice lo que se dice de nosotros, me consta que en esta decisión hubo un competidor con ventajas y otro, por ende, con desventajas”.
Si dentro del mismo consejo del IFE así hay quienes perciben la actuación de Luis Carlos Ugalde, ¿cómo pretende el hoy ex presidente que se le perciba fuera?
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Eso ocurría en el IFE, mientras en el Senado se legislaba sin alcoholímetro.
La madrugada del viernes 14 de diciembre, los padres de la patria tenían que resolver la reforma judicial que, por lo demás, quedó entrampada en el rejuego político del procedimiento parlamentario. Ya era tarde y la sesión se había prolongado horas y, por lo dicho, algunos senadores resolvieron bajar el stress con alcohol hasta que el senador Ricardo Monreal, en vez de decir ¡salud!, denunció el “estado inconveniente” de algunos de sus compañeros. Y es que, en la parte trasera del salón plenario, esos legisladores brindaban por la virtual conclusión del periodo legislativo como si el Palacio de Xicoténcatl fuera “La Ópera”, la cantina que está dos cuadras más allá. “Por su atención, poca, muchas gracias”, concluyó Monreal.
Con todo y los villancicos navideños, los aplausos rítmicos y los chiflidos de aquellos senadores que brindaban, Monreal formuló otra reserva a la legislación sujeta a debate. El presidente del Senado, Santiago Creel, pidió respeto al orador y, entonces, Monreal sintetizó: “Son a veces los efectos etílicos”.
Luego, al terminar esa nueva intervención, el senador perredista remató: “Lamento mucho este comportamiento de no toda la asamblea, pero de una gran parte de la asamblea, que lo único que hacen es silbar, aullar y gritar”.
Ni qué decir, que los padres de la patria pasen por el alcoholímetro antes de legislar.
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Una cuenta más del rosario de la descompostura de los dirigentes del país fue la reconfortante homilía del cardenal Norberto Rivera ante las reclusas del penal de Santa Martha Acatitla, el 17 de diciembre.
Como si el millar de reclusas estuviera al tanto de los señalamientos que pesan sobre el cardenal por encubrir a un sacerdote pederasta, el prelado dijo: “Ustedes se encuentran en esto, hay gente aquí, pero también hay gente afuera que mata la fama, la dignidad, el buen nombre de las personas, verdaderos prostitutos y verdaderas prostitutas de la comunicación que deshacen la fama de los demás. (...) Y no les importa si se sean inocentes o no sean inocentes; con su sentencia ellos juzgan, ellos sentencian, ellos condenan, y para ellos no hay más justicia que la que ellos dictan”.
Días después de tan edificante homilía, a instancias de la prensa, el secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña, pidió una gran tolerancia frente al dicho del cardenal.
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Día a día se acumulan ejemplos que ilustran el grado de descomposición de la clase dirigente y advierten la urgente necesidad de recuperar y reimpulsar formas de participación ciudadana para renovar liderazgos o, al menos, para acotar y ordenar a los existentes.
El peligro es pasar de la locura a la crisis y creer que, sólo porque el calendario lo establece, el año que viene será distinto.
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Ático
Delgado
El telón de fondo del espectáculo de la clase dirigente es un profundo desencuentro. Si no se reactiva la participación ciudadana, una crisis está en puerta.