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De la que nos salvamos| No hagas cosas buenas...

Enrique Irazoqui

La prueba de maratón es de hierro, cualquier persona promedio la puede hacer, siempre y cuando se decida, pero el costo es muy alto y lo más importante, no se admiten regateos: o se hace la tarea o sencillamente no se puede.

Hablo con todo conocimiento de causa, hace aproximadamente cinco años me convertí en uno más de los miles de corredores recreativos de distancia que existen en la ciudad y como todos, empecé con las carreras de diez kilómetros, para luego intentar en los medios maratones, pero la mira estaba puesta en el maratón y para el caso, en el Maratón Lala, que por cierto en marzo cumplirá ya su vigésima edición.

Vale la pena señalar que las primeras carreras de diez se terminaban con esfuerzo, pero después de dos o tres participaciones, el recorrido ocurría sin sobresaltos. Eso era en la distancia de diez kilómetros, luego a los muy pocos meses de estar corriendo encontré una convocatoria para los veintiún kilómetros que organizaba el club San Isidro y me pareció sencilla la cosa, así que sin pensar en ello me inscribí el día anterior y me presenté en la puerta de salida; recuerdo con sangre cómo Cecilia Vázquez de Murillo me preguntó extrañada, que si estaba listo para tal examen, ella por su experiencia sabía de lo que hablaba, yo en cambio le contesté que lo sabía, con un tufillo de arrogancia de quien se siente sobrado.

El recorrido era pavoroso, era una ida y vuelta desde el bulevar Constitución a la altura del propio San Isidro hasta cerca de la puerta de Los Azulejos, ello representaba correr la mayor parte del trayecto sobre la calzada Iberoamericana o carretera a San Pedro, a merced de la inclemencia directa de los rayos solares, agregándole lo tedioso que resultaba recorrer por tan prolongada recta. El tránsito veloz pasaba al lado de los corredores y el ser “humeado” por los camiones era un elemento más para complicar ese recorrido.

El resultado fue llegar a rastras y era sólo la media distancia para el maratón. A partir de entonces la meta se trazó en los 42 kilómetros ciento noventa y cinco metros e inicié los entrenamientos. Una lesión insoportable me hizo abandonar mi reto en el kilómetro 26, en la esquina de calle Blanco y avenida Juárez y llorar; no había qué hacer.

El tiempo me dio otra oportunidad y al año siguiente pude cruzar la meta. Los medios maratones eran pasteles y hasta pude sacar otro maratón casi, casi sin entrenamiento, aunque había mantenido una buena forma con carreras medianas.

Vendría un cuarto intento, dos completos y uno fallido, pero en aquella ocasión el exceso de confianza y más, me hizo llegar sin la preparación debida y ya me andaba. Hubo muchos momentos en que lo quise abandonar, incluso me tuve que recostar sobre prados en el Paseo de Campestre para poder tomar un poco de fuerza para terminar toda la ruta y recibí el aliento de muchas personas, recuerdo perfectamente el de Don Luis de la Rosa, me dieron el suficiente empujón para llegar hasta el Bosque, de manera muy lastimosa a lo que había logrado un año anterior, pero el maratón no perdona indisciplinas como en las que había incurrido y me lo hizo sentir paso a paso.

El punto de todo lo relatado líneas arriba sirve como un referente de lo que implica grosso modo el correr maratones y esto viene a cuento por la nota de la semana que nos ha dado el ex candidato presidencial, ex presidente nacional del PRI, ex gobernador de Tabasco, Roberto Madrazo Pintado.

El político tabasqueño se ha destacado por ser un atleta en eso de la carrera de fondo. Es más, con franqueza, mantiene una condición física extraordinaria y sus tiempos son sencillamente admirables, sobre todo tratándose de un hombre en que el deporte no es su actividad preponderante. Por ello sencillamente es incompresible la chapuza que decidió hacer la semana pasada cuando participó en el maratón de Berlín.

Madrazo tomó un atajo y llegó a la meta con dos horas y cuarenta minutos, con lo que se hacía acreedor al primer lugar en su categoría de 55 años y mayores. La meta la cruza en chamarra deportiva, algo absolutamente inusual en quienes llegan al final del recorrido y además con ademanes de triunfo.

Roberto Madrazo ha roto el silencio luego de varios días y señala que su acción fue sólo por recoger la medalla de participación, ya que estaba lastimado y que no pensaba en obtener un premio.

Es una pena todo esto, porque el pretexto es simplemente estúpido, al saberse ganador debió inmediatamente declarar que no lo era y no hasta el momento en que fue descubierto.

Las gesticulaciones que hace cuando cruza la línea final para nada muestran a alguien con dolor físico o resignación, al contrario muestra alegría.

Madrazo cavó su tumba política para siempre, en un área donde él es realmente competitivo, muy por arriba de la media de los corredores aficionados, realizó una acción donde demostró lo tramposo que es. La carrera de un profesional de altos vuelos de la política nos mostró su cara oculta y estafadora en algo que por sus resultados antes de esto era solamente de admiración, ¡de la que nos salvamos los mexicanos que no haya ganado la carrera presidencial!

eirazoqui@elsiglodetorreon.com.mx

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