Del siglo que por estos días cumple Torreón como ciudad, un poco más de la mitad de éste nos ha tocado vivir aquí donde a pesar de los pesares no se pierde la capacidad de asombro, pues sigue creciendo y tratando de embellecerse.
Todavía nos tocó viajar en el tranvía que iba hasta Lerdo y los domingos en la Plaza de Armas, las serenatas no faltaban, mientras los enamorados daban vueltas encontradas.
A un lado, por la Morelos, los jóvenes tenían su propio paseo mientras que en la Alameda Zaragoza la fiesta empezaba al mediodía con meseros corriendo con sus charolas, atendiendo a una clientela que estaba contenta en sus automóviles.
Por esos días, la colonia Metalúrgica tenía su propia feria y su reina de la belleza, mientras los torneos deportivos se esparcían por calles y parques.
Nos tocaron fiestas septembrinas en la misma Plaza de Armas, luego se fueron a la Alameda y ahí vamos siguiéndolas. Después al Bosque Venustiano Carranza y más tarde al bulevar que da salida hacia Matamoros, para de ahí irse a su actual domicilio, que sigue creciendo y agregando más espacios para la diversión.
Torreón era otra ciudad. Quiso hasta tener su propio carnaval pero éste no prosperó.
Se tenían dos aeropuertos, el actual y el que llamaban El Viejo y que estaba por donde hoy es el Campestre La Rosita y Torreón Jardín.
Para ir a este último se utilizaba una gran calzada flanqueada por pinabetes, y cerca estaban muchos improvisados campos deportivos, especialmente para el beisbol.
El servicio militar lo hicimos en el cuartel que estaba cerca de donde hoy está la tienda de Sams del Oriente, una gran extensión donde se dijo se haría un nuevo estadio para futbol y nunca se concretó el proyecto.
Y es que en las cercanías no había casas, sólo terrenos vacíos que antaño se utilizaron para cultivos.
Era Torreón una ciudad tranquila donde se vendían terrenos al oriente con muchas facilidades y abonos reducidos.
Hacia esa parte apuntaba el progreso y éste no se detendrá ya más.