Hay que amarla, cuidarla, atenderla.
No todos tienen la cualidad o el don de entenderla, mimarla, quererla.
Nos referimos a ese pedazo fuera de la mancha urbana que sigue dándonos sus frutos.
Aunque cada vez es menor el grupo de humanos que la atienden.
Porque hay mil vicisitudes para hacerlo, porque la gente que cuida y cultiva el campo no siempre es bien atendida y la semilla que en ella deposita y que cuida con esmero, y que da frutos, no tiene muchas veces el precio adecuado.
Y sin embargo sigue habiendo románticos que aman la tierra.
Y que tienen un pedacito de ella para poner cuando menos un árbol, o una planta que dé flores a donde en este tiempo llegan ya las abejas y las mariposas.
Ese gusto lo heredamos de los dos abuelos. Uno tenía un pedazo para cultivar la alfaba con la que alimentaba sus vacas, que daban la leche y sus derivados para la familia, el otro tenía un poco más con muchos árboles frutales y alguna siembra.
De ellos heredamos el amor por la tierra, el gusto por aspirar los aromas de las flores fuera de la banqueta.
Y al campo vamos cada vez que podemos a recordar nuestros orígenes, especialmente por estos días en los que está por nacer la Primavera.
Es hermoso volver a fotografiar los duraznos en flor, y las azucenas que día a día estiran sus tallos para preparar la llegada de sus flores de Semana Santa.
Por estos días, el aroma de los azahares nos pone nostálgicos y sentimentales.
Y es que esta vez, a la Primavera la esperamos con gran anhelo, pidiendo terminen ya los fríos días que tanto nos afectaron la salud y el sistema respiratorio.
Y para poder estar un poquito más en el campo, donde asoman ya sus flores algunos árboles frutales.