Tal como lo prometimos, no volvimos a asomarnos a su nido, donde guardaba un par de huevecillos.
Ella, al notar nuestra presencia salía presurosa y seguramente rondaba cerca, porque tan pronto nos alejábamos regresaba a su minúsculo hábitat.
Pero llegó el tiempo en que no se despegó más del nido.
Seguramente entendió que no la molestaríamos y se dedicó a empollar su producto. Y así, una mañana notamos que ya no estaba.
A los pocos días dos largos piquitos parecían asomarse por entre los bordes del nido.
Pasaron los días y todo volvió a la calma.
Seguramente mamá colibrí se llevó a sus pequeñines a otra parte.
El nido ha quedado como un pequeño adorno del aguacate.
Al lado sigue creciendo la fruta que era también muy pequeña cuando tuvo compañía.
Cuando platicamos de nuestro descubrimiento a Herminio González Reyes, que conoce más del tema, a quien le comentamos también que necesitábamos fertilizar los árboles, entre ellos el aguacate, nos dijo que podíamos cambiar de lugar el nido, pues mamá colibrí lo buscaría y lo seguiría cuidando, pero preferimos no hacerlo, porque ¿cómo pegaríamos en otra parte un nido?
Por cierto, cuando publicamos lo de nuestro descubrimiento del pequeño nido, algunas lectoras se comunicaron con nosotros para comentarnos experiencias similares, y quedamos sorprendidos de que un tema, aparentemente sin importancia, pudiera despertar diferentes comentarios.
Y es que los pequeños detalles que tiene el vivir, son también parte de nuestra existencia, sobre todo si sabemos amar la vida y sus mil detalles.
