Efectivamente, no cualquiera llega a los 93 años, lleno de alegría y de optimismo.
Para lograrlo, hay que ser, definitivamente un ser especial.
Y además, mostrarlo a través de los años, vengan como quieran.
Esto lo comprobamos esta semana.
Fuimos a visitar al estimado amigo, Lic. Homero del Bosque Villarreal, y lo encontramos, como siempre, jovial, lleno de vitalidad y de alegría.
¡Qué lección de vida!
Uno que siempre anda quejándose de todo, y complicándose la existencia.
Y él, tan rozagante, tan fresco y tan alegre como lo ha sido toda la vida.
Sigue en su despacho de la avenida Morelos. Llega temprano, como siempre. A la entrada, en el pasillo, fotos y caricaturas, la mayoría de ellas de Manuel Enríquez, aquel gran artista que tuvimos en esta Casa y que encontró en don Homero mucha tela de dónde cortar, con su estampa, con sus aventuras y sus incursiones en la cultura, en la política, o en la vida de la Comarca.
Cuántas veces acompañamos por aquí y por allá a don Homero, especialmente cuando fue Presidente Municipal. Llegaba por nosotros para ir a los barrios. En el Cerro de la Cruz nos dieron una vez tanto de comer que nos enfermamos, no de los malos alimentos, que eran sabrosísimos, sino de tanto comer. Él no. Al día siguiente estaba en La Alianza entrándole a las garnachas y al pozole.
Un día fuimos a la Plaza de Armas, porque se había remodelado. Todo estaba muy bien, y andábamos de aquí para allá. De pronto, una persona que había comprado una paleta tiró el envoltorio cerca de nosotros. Don Homero, con amabilidad, le dijo: “Amigo, tan bonito que hemos puesto la plaza y usted ya ensuciándola”. El hombre lo reconoció y sin más le dijo: “Sí, pero se lo olvidaron los botes para la basura”.
¡Tiene usted mucha razón! Admitió don Homero.
Y luego, por las noches nos íbamos al beisbol, pero antes llegábamos a su casa donde doña Estelita, su esposa, ya nos tenía preparados lonches muy sabrosos, con los que nos deleitábamos entrada por entrada en el Estadio de la Revolución.
Don Homero sigue igual de inquieto. Platica, se levanta de su escritorio, nos muestra fotos y libros escritos por él y nos dice versos alusivos a cada detalle que va recordando.
Y cuando nos despedimos, nos acompaña a la puerta y ahí repite unos versos alusivos a los que llegan y se van.
Nos manda con mucha cuerda y no poca alegría.
¿Cuántos como él?
Se necesita una capacidad especial, un don natural para ser alegre, optimista, y olvidarse de que me duele aquí o allá, para disfrutar plenamente esta vida, que es tan corta.
Gracias don Homero por su lección.