Vamos de nuevo a él, en medio de la lluvia.
El agua que cae del cielo lo hace por todas partes.
Y temprano, por las mañanas, la neblina nos cierra el paso y nos hace perder el rumbo.
Porque no se ven los letreros, y porque en muchas partes hay reparaciones y faltan señales abajo, donde los faros de los vehículos buscan el camino.
Y en las faldas de la montaña encontramos a Goyita, ya con muchos problemas de salud, y ayudándose con un burdo bordón sigue yendo al pueblo, ahora con más dificultades.
Sigue viviendo bajo láminas y cartones por donde la lluvia entra a placer, y nos dice: En el cuarto que hicieron no tengo lugar, pues no ayudé en su construcción.
Nos impresiona su sinceridad.
Doña Ramona también está batallando con sus ojos, que no le dan el servicio que necesita, pero sigue igual de animosa, ayudando a los hijos que la atienden.
Lupe va con su bicicleta por aquí y por allá, luchando como siempre, tratando de salir adelante con su ánimo inquebrantable.
Y en su finca rodeada de jardines, de plantas, de árboles frutales, Velia y “Chava” nos vuelven a atender con el esmero que les caracteriza, mientras hijos y nietos, llenos de alborozo nos rodean.
Y mientras afuera la lluvia empieza a caer, “Chava” se emociona y nos dice en forma espontánea: Allá al fondo, donde planté los pepinos, les quiero hacer un cuartito, para que cuando vengan no paguen hotel, porque ésta es su casa.
Nos impacta el gesto, sobre todo por tanta decepción que aparece a través de los mal agradecidos.
En la gente sincera se encuentra lo que no aparece ni por asomo en otros.
Así es la vida, diría con mucho acierto doña María Castillo, quien para que quedara constancia de esta verdad, a su negocio lo bautizó así.