DON RAFAEL CANALES
Fue, además de un gran amigo, uno de nuestros más inolvidables maestros.
Apenas habría terminado la primaria, pero sus enseñanzas abarcaban la vida misma.
Nos gustaba ir al campo con él y sus hijos, porque aprendíamos cosas que no enseñaban en ninguna escuela.
Le gustaba preparar el campo para colocar la semilla, observar los cambios climatológicos y sacar el mejor provecho de la lluvia.
Había algo también sobresaliente en él, y era su estado de ánimo, siempre lleno de entusiasmo y de optimismo.
Una vez, coyotes, ratas del campo y ardillones se comieron buena parte de los comestibles de la semana pues nos habíamos retirado casi un día a observar otros campos que podrían utilizarse.
En lugar de enojarse por lo ocurrido, reía con ganas y decía; “Tenían mucha hambre y aquí se dieron un banquete”.
En adelante, a donde íbamos cargábamos con lo que se podía, pues ir al pueblo era un largo recorrido, por eso se tomaban las providencias necesarias para no perder el tiempo.
Por las noches, bajo las estrellas, él filosofaba: Le venían a la mente los años difíciles de su infancia y como fue sorteando los tiempos de estrecheces para tener sus tierras y luego su casa, que colindaba con la nuestra.
Y tocaba el tema de la prevención, de lo necesario que es pensar siempre en el mañana.
Aprendimos a su lado muchas cosas que nos servirían tanto en el futuro, pero de sus enseñanzas sobresale lo que nos inculcó acerca del agradecimiento que se debe tener con quienes nos han tendido la mano.
Nunca debe aparecer la ingratitud, güerito, nos decía, ése es el más grave acto que alguien puede tener en su vida. A quien te tendió la mano, dale tu vida si es necesario, pero nunca le pagues mal.
Cuando recibimos nuestro título de profesionistas ya no estaba en este mundo, pero levantamos al cielo el pergamino y se lo dedicamos con todo nuestro corazón. Habían pasado ya muchos años desde que recibimos aquellas lecciones inolvidables y nuestro agradecimiento era tan fresco como la noche de septiembre en que nos titulamos.