Hace algunos años viajamos con unos amigos a la Feria Internacional de Sevilla para apersonarnos desde tempranito en las larguísimas filas de turistas que como nosotros pretendían visitar la mayoría de los pabellones.
Los días eran ardientes y agotadores. Suecos, japoneses, australianos y malasios, princesas, jefes de Estado, magnates e hijos de vecino como nosotros, extenuados y deshidratados por el intenso calor que a pesar de ser media noche no cedía, reptábamos por los andadores de la Cartuja, en busca de algún lugar dónde cenar, beber y restaurar las fuerzas que nos permitieran alcanzar la salida para formarnos una vez más en la fila de los taxis y esperar alguno que nos llevara de regreso al hotel.
Atraídos por los violines que ambientaban el restaurante húngaro, decidimos cenar ahí, pero nuestro ánimo cayó en picada cuando nos informaron: hay veintiocho personas en lista de espera. Ni modo, seguimos reptando.
Hasta un restaurante francés donde la rigurosa etiqueta que vestían los meseros nos intimidó: Debe ser carísimo ?dijo alguien- y a caminar de nuevo, hasta que de pronto, inhalando profundamente, Bagatela preguntó: ¿No les huele a tortilla? ¡Y frita! Dije yo cerrando los ojos para concentrarme en el olor, siguiendo el aroma llegamos al restaurante mexicano donde la tequila y los mariachis mantenían el ambiente e muy en alto.
La larguísima cola no nos desalentó y pacientes esperamos para comer ahí unos humildes tacos de pollo que acompañados de una casi simbólica porción de mole, costaban el equivalente de doscientos pesos mexicanos.
La tortilla ?que diariamente llegaba hasta allá por avión- nos supo a lo que debe saber la leche materna a un niño hambriento y chillón, porque para los mexicanos, el maíz es el maná con que el Señor decidió alimentarnos, pero es también territorio que nos identifica.
¡Señor presidente! Sabemos que usted anda muy ocupado en la guerra contra el narco. ¡Ya era tiempo que alguien lo hiciera!
¡Pero atención! La escasez de maíz no es problema menor.
Encarecer nuestro alimento más imprescindible ?aunque don Norberto rivera asegure lo contrario- es despertar todas las furias y todos los agravios que los mexicanos llevamos dentro- hágale como sea señor presidente, pero que nunca nos falte el taco nuestro de cada día: de frijolitos, de mantequilla, de chicharrón, de barbacoa, con salsa picosita o simplemente con sal.
Porque vamos a ver, ¿qué vamos a comer los mexicanos si nos faltan las garnachas, los tamales o los tacos de canasta?
¿Qué si no hay enfrijoladas ni quesadillas y nadie pueda darnos siquiera un poco de atole con el dedo?
Es fundamental que en ninguna mesa nuestra falte la tortilla, pero mucho menos en Oaxaca donde además que sobra Ulises Ruiz, a la gente le faltan las tlayudas. Entonces sí que no hay ejército que pare la bola.
?El oro no vale nada/ si no hay alimentación/ es la cuerda del reloj de nuestra generación. Quisiera ser hombre sabio/ de muchas sabidurías/ mas mejor quiero tener/ qué comer todos los días?. Fragmentos de un poema de Carlos Gutiérrez Cruz (1897-1930) inmortalizado por Diego Rivera en los murales de la SEP.
Recientemente, una firma mexicana abrió con gran éxito la primera taquería en China. Dios nos libre que se aficionen, porque mil millones de chinos nos podrían quitar el taco de la boca.
Y para terminar un chistorete: ?Dos de chuleta y no de pastor ?ordena un joven al taquero quien responde -Perdóname mano, pero no tenemos tortillas-. Entonces dámelos de chorizo. -¡Oh!, pues no te digo que no tenemos tortillas... Está bien dame los tacos solos, pero apúrate porque traigo hambre?.
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