En días pasados observé a una mujer joven que cargaba a un niño pequeño y dos más grandes la acompañaban caminando. Su apariencia era muy humilde y reflejaba pobreza económica. Le pregunté de donde era y me contestó que venían de una pequeña comunidad rural, su esposo estaba enfermo y ella salía a barrer banquetas y regar jardines en colonias de la ciudad. Al retirarse esta familia, desprotegida de todo y de todos (menos de Dios) reflexioné y recordé la iniciativa que existe por parte de algunos diputados locales, federales, de algunos consejos estatales electorales y de varios consejos del Instituto Federal Electoral por reducir los tiempos de campañas políticas para elecciones a puestos políticos y el disminuir los excesivos montos que se les otorgan para que gasten y despilfarren en decirnos lo inteligentes y trabajadores que son junto con el interés que tienen de resolvernos nuestros problemas y hablar mal de sus adversarios políticos.
De verdad cree usted lector que a esta joven familia que al igual que cientos de miles más (en nuestro país el 52 por ciento de la población está en la pobreza y mas de un tercio de estos se encuentran en la pobreza extrema, es decir, no tienen certeza de comer diario y si se enferman posiblemente mueran) de mexicanos les interesa escuchar las promesas políticas de un candidato y lo peor de ello es que viaja y gasta un dinero que debía utilizarse en apoyar a los pobres y necesitados. Un diputado insistió que es indispensable más apoyo económico a sus campañas para que los ciudadanos asistan a votar. Los ciudadanos no van a las urnas electorales porque no se les convence con un proyecto ò programa social y eso lo ven al escucharlos. Afortunadamente empezamos a razonar el voto y aún así nos equivocamos pero poco a poco vamos aprendiendo.
Las elecciones presidenciales del año 2000 costaron por cada voto 240 pesos (votara o no votara) con una participación del 60 por ciento de los electores empadronados. En el año 2006 acudieron a las urnas el 59 por ciento del padrón y nos costó $338 cada voto. Se estima que en el año 2006 el total de gastos electorales y prerrogativas a partidos políticos ascendió a trece mil millones de pesos (incluye Consejo Estatal Electoral e IFE). De este dinero, la gran mayoría se lo llevan las dos grandes televisoras que operan a nivel nacional. ¿Para eso quieren más dinero? Existe la versión (en mi criterio errónea), que si les disminuyen los altos presupuestos para gastar en sus campañas se puede presentar el riesgo de dinero sucio ò ilícito para apoyar algunas candidaturas (con el supuesto compromiso para quien lo reciba). El dinero ilícito aparecerá se tenga un bajo ò alto presupuesto, no depende del monto a gastar, depende de la persona que lo acepte en su campaña y en su bolsillo. Esto es muy importante y que no se culpe si el país ya se cansó de mantener estos despilfarros de dinero y menos ahora que el ingreso que se tiene por la venta de petróleo empieza a disminuir y que lamentablemente se tiró en viajes, sueldos, concesiones y obras sin sentido social ni beneficio para los que si lo requieren. En el año 2000, México gastó más dinero por habitante en sus elecciones que lo que costaron en Estados Unidos en su última elección presidencial por cada norteamericano.
Si un político le dice que necesita más dinero para sus campañas políticas, a esta persona no le interesa el bienestar de esa señora anteriormente mencionada que con sus hijos reflejan a 50 millones de pobres en nuestro país. Si tanto interés tiene el político por “servir” al pueblo, pues que lo aporte de su bolsillo y pronto lo repondrá con los altos sueldos y compensaciones que ellos mismos se otorgan. Eso sí vale la pena meditarlo.
¡México es primero! Agosto 2007