Don Inepcio Tunete, alcalde y juez civil de Rabadillo, pequeño pueblo del norte mexicano, se hartó por fin de los excesos de George Bush. El señor Tunete había dejado pasar sin protestas lo de Iraq, por aquello de la no intervención. Tampoco elevó la voz para denunciar el muro fronterizo, pues juzgó que eso se prestaría a malas interpretaciones: don Inepcio solía siempre irse al otro lado en la temporada de las piscas, y supuso razonablemente que si reclamaba lo del muro la gente iba a pensar que tenía interés personal en el asunto. Pero cuando supo que su compadre Mingo fue detenido por la migra americana, y sometido a toda suerte de indignidades, entre las cuales no fue la menor haberle echado flit en sus partes de varón, dizque para prevenir enfermedades, entonces don Inepcio consideró que Bush se había ya pasado de la raya, y tomó una histórica decisión: declararle la guerra a Estados Unidos. Tal como lo pensó lo puso en práctica, en uso de las atribuciones que le otorgaba -dijo- la autonomía que Carranza dio a los municipios. Tomó el teléfono, llamó a la Casa Blanca y pidió que lo comunicaran con el Presidente. La secretaria que tomó la llamada se apresuró a poner en la línea a Bush, pues cuando dijo don Inepcio: "Habla el presidente de Rabadillo", ella creyó que se trataba del jefe de estado de alguna de esas nuevas naciones que sólo existen porque aparecen en el almanaque anual de "Time". Le dijo don Inepcio a Bush. "Perdona la molestia, George, pero de presidente a presidente quiero decirte que te declaro la guerra". "¿Ah sí? -responde con interés el presidente norteamericano-. ¿De cuántos hombres disponer usté para entrar en combate?". "Orita somos seis -contesta don Inepcio-. Yo, el secretario del ayuntamiento, el jefe de la policía municipal y tres gendarmes". Bush en su mal español -casi tan malo como su inglés- declara: "Yo tener en el Army un millón de hombres". "Ah caón" -exclamó don Inepcio. Y de inmediato lamentó haber dejado salir esa expresión, pues un buen estadista no debe dejar ver sus emociones. Dijo a Bush: "Mañana te llamo otra vez George". Y colgó. Al día siguiente, en efecto, llamó de nuevo al mandatario. "Lo de la guerra sigue en pie, Jorgito -reiteró-. Ya somos más: se nos unieron el maestro de la escuela y el equipo de beisbol municipal. Por todos somos 16". "Bien -contestó Bush-. Entonces yo llamar otro millón de hombres de la Navy. Con los del Army nosotros ser dos millones de hombres". Tras un largo silencio responde don Inepcio: "Ya entiendo, George. Por hoy dejemos las cosas en estado Q. (Quería decir en statu quo). Mañana te llamaré de nuevo". Al siguiente día, efectivamente, el teléfono de la Casa Blanca volvió a sonar: "Jorge -manifestó don Inpecio con solemnidad-. Vamos a seguirle con el asunto ese que te dije, el de la guerra. Ya somos más. Se nos juntaron los trabajadores de limpia, los de alumbrado público y los de parques y jardines. En total somos 36 pelaos". "¿De veras? -dice Bush-. Entonces yo enlistar un millón de soldados del Air Force, otro millón de Marines y un millón más de las Reservas. Eso, con los dos millones del Army y la Navy ser un total de cuatro millones". (Nota: la suma estaba mal hecha, pero ¿qué se podía esperar de Bush?). Al oír aquel gran total don Inepcio vacila. Sin poder ocultar su gran preocupación le dice al presidente: "Voy a colgar, colega. Mañana tendrás noticias mías". Temprano al día siguiente Bush recibió la nueva llamada. "Jorgito -le dice solemnemente don Inepcio-, quiero informarte que he decidido retirar la declaración de guerra que te hice". "Yo entender -responde Bush con acento burlón-. Usted haber tenido miedo de mi gran ejército". "No, -replica el alcalde mexicano-. Lo que pasa es que por la seca no se dio bien la cosecha, y andamos escasos de dinero. ¿Con qué les voy a dar de comer a cinco millones de prisioneros?"... FIN.
