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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Tengo muchas aficiones. (En todo soy un aficionado). Me gusta, por ejemplo, resolver crucigramas. De ellos dice mi compadre Pepe Cárdenas que son diccionarios al revés. Junto con los libros, amables compañeros, los crucigramas me salvan de perder la mirada en el vacío durante las largas esperas en los aeropuertos y los a veces dilatados vuelos que me impone mi oficio de juglar. Dos excelentes revistas españolas, "Cábala" y "Orión", están siempre conmigo en esos viajes, y en mi casa de Saltillo el espléndido crucigrama de RCharles en PALABRA, uno de los mejores que conozco, es al mismo tiempo estimulante quebradero de cabeza, inagotable fuente de saberes nuevos y provechosa gimnástica mental. Todo esto viene a cuenta porque en algunos crucigramas se propone: "Alimento básico del hombre". Y la respuesta es: "Pan". Eso será quizás en las Europas. En México los alimentos básicos del hombre son la Coca-Cola, los frijoles y la tortilla de maíz. Cualquier elevación de precios en esos elementales nutrimentos cimbran el edificio social de la Nación. Las leyes del mercado, decían los fisiócratas, son tan ineluctables como las de la Naturaleza. Ante ellas el hombre debe dejar hacer, dejar pasar. Pero si gris es el árbol de la teoría, negro es el panorama de la pobreza en el país, y las leyes humanas deben servir para atenuar el rigor con que a veces el peso del mercado cae sobre los desposeídos. No se trata aquí de paternalismo estatal; se trata de mero instinto de la conservación. Los pobres sufren ya muchos agobios para poner sobre ellos uno más. Antes que ser usado para hacer combustible de motores el maíz ha de cumplir su natural función de alimentar a la criatura humana. He ahí una realidad inmediata que trasciende toda abstracción de economía. Así las cosas, el Estado mexicano debe atender las necesidades de su pueblo antes que las lucubraciones de la tecnocracia... Me gustó mucho esa última expresión: "las lucubraciones de la tecnocracia". Voy a tenerla a mano por si se ofrece en la conversación. Narraré ahora algunos cuentecillos para hacer que la República descanse un poco de las lucubraciones. Viene primero una historieta que la Pía Sociedad de Sociedades Pías censuró con acrimonia... Don Algón se inscribió en un club nudista, y a la primera persona que vio ahí in puris naturalis fue a su linda secretaria Rosibel. El ejecutivo puso cara de asombro. "¿Qué le sucede, jefe? -pregunta ella, divertida-. ¿Le sorprende verme aquí?". "No, Rosibel -contesta don Algón-. Lo que pasa es que siempre creí que se pintaba el pelo". (No le entendí)... Muy molesto el señor le dice al médico: "No es posible que traiga yo ese sobrepeso que usted dice, doctor". "Entonces -replica el facultativo- le plantearé el asunto de otro modo. De acuerdo con la carta de estatura y peso debería usted medir medio metro más de altura"... Isaac Goodowitz, hombre joven, judío, dejó la aldea en que vivía en Rusia con su madre viuda y fue a buscar fortuna en América. Pasaron 30 años. Isaac, rico ya, volvió a su pueblo a visitar a la autora de sus días. La anciana mujer apenas lo reconoció. Le dice: "Qué ropa tan rara traes, hijo". "Es la de moda en América, mamá" -responde Isaac. Pregunta la señora: "¿Por qué no llevas barba, como la lleva aquí todo judío?". Contesta Isaac: "En América los hombres se afeitan la barba, madre". "¿Y la comida? -inquiere la señora con preocupación-. ¿Usas comida kosher en tu casa?". "Mamá -explica Isaac-. En América es casi imposible observar nuestras prácticas alimentarias". La señora se enjuga una lágrima con la punta de su delantal. "Dime, hijo -pregunta llena de tristeza-. ¿Por lo menos todavía estás circuncidado?"... FIN.

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