Otra vez le volvió a pasar lo mismo a don Astasio. Llegó a su casa y encontró a su mujer en brazos (y piernas y todo lo demás) de un desconocido. Desconocido para don Astasio, pues su consorte, doña Facilisa, parecía tener con el hombre mucha familiaridad. Me atrevo a aventurar esa opinión basándome en el hecho de que la señora le decía al sujeto "Mi negro", "Papacito", "¡Qué cochas tan pechochas!" y otras expresiones que denotaban conocimiento previo. Colgó don Astasio en el perchero su americana, su gorra de orejeras y la bufanda de estambre que le tejió en diciembre su hermana la soltera, y se dirigió al chifonier donde tenía guardada la libretita en la cual solía anotar dicterios para motejar a su mujer en tales ocasiones. Volvió y le espetó el último que había apuntado: "Guarra". Debo decir, para esto, que la recámara estaba en penumbra, pues doña Facilisa cuidó de bajar todas las cortinas. Se veían sobre el buró una botella de licor y sendos vasos a medio consumir; en el cenicero humeaban dos cigarrillos; una varita de esencia de clavo de la India ardía en un pebetero. Revueltas y húmedas se veían las sábanas del lecho; los conchabados estaban completamente en peletier y acezaban con agitación, cual poseídos por intenso deliquio pasional. Se vuelve doña Facilisa a su marido y le dice: "Sé que no me lo vas a creer, Astasio, pero no estamos haciendo nada malo"... Del PRI se dijo siempre en sus buenos malos tiempos que no era un partido político, sino una agencia de colocaciones. Lo mismo se puede decir hoy de todos los partidos. Sin excepción son trampolines desde los cuales se hace el salto a las invitadoras aguas de la nómina. Le preguntaron a un político: "¿Por qué te pasaste del PRI al PRD?". Con la mayor frescura respondió: "Porque en el PRI la fila estaba muy larga". En la vida política de México la ideología es ahora un artículo tan raro y tan desconocido como la decencia. El único norte de la mayoría de los políticos es el presupuesto público. Por eso los vemos saltar de uno a otro partido con la naturalidad de los micos que pasan de una rama a la siguiente. En tiempos de las guerras de Independencia se llamaba "chaqueta" al partidario de los realistas. Cuando triunfó el movimiento emancipador quienes apenas un día antes gritaban vivas al rey de España vitorearon a Iturbide en su desfile triunfal al frente del ejército trigarante. En menos que se persigna un cura loco cambiaron de chaqueta. De ahí quizá deriva el adjetivo "chaquetero", que se aplica a quien por conveniencia cambia de bando o de opinión. De chaqueteros -y chaqueteras- está llena nuestra escena pública. Eso es malo, y peor es que de nuestros bolsillos sale para pagar el alto costo de esa comedia y esos comediantes. (¡Bófonos!)... Empédocles Etílez, el borrachín del pueblo, estaba sentado en el umbral de la puerta de su casa. Cantaba con voz monótona una melopea salida de los humos de su pea. Pasó un guardián del orden público y le preguntó: "¿Por qué no entra a su domicilio? ¿Perdió acaso la llave?". "No -farfulla el temulento-. Lo que pasa es que le prometí a mi esposa que ya no volvería borracho en las noches a mi casa, y estoy esperando a que se haga de día"... La anciana señora vivía los últimos momentos de su existencia terrenal. Su hijo le dice con angustia: "Mamá: no sé quién es mi padre. Jamás quiso usted revelarme el secreto de mi nacimiento. Ahora que está a punto de comparecer ante el tribunal de Dios la emplazo solemnemente a que me diga la verdad. ¿Quién es mi padre?". Responde la señora con voz entrecortada: "Pro-be-ta". "¡Ah! -se alegra él-. ¡Fui fruto de la fecundación artificial! ¡Soy hijo de la ciencia!". "No -aclara la agonizante-. Pro-be-ta-aantos que nunca supe quién fue tu papá"... (Obligado colofón: "Y así diciendo entregó el alma a su Creador")... FIN.