"Los dichos de los viejitos son evangelios chiquitos". La verdad de ese proverbio se ha de considerar a la luz de otra verdad: en ocasiones los refranes se contradicen entre sí. Uno postula: "Al que madruga Dios lo ayuda". El otro opone: "No por mucho madrugar amanece más temprano". Uno asegura: "Piedra que rueda no cría moho". Otro alecciona: "Quien de su casa se aleja no la encuentra cual la deja". Éste dice: "El que porfía mata venado". Aquél añade: "O se muere de porfiado". Lo cierto es que para cada sí hay un no, y viceversa. Quizá el saber consiste en hallar el justo medio que concilie esos extremos y ponga en acuerdo sus contradicciones. Un decir mexicano aconseja: "Con tiento, santos varones, que el Cristo está apolillado". Otro dicho mexicano incita. "Échenle copal al santo, aunque le jumeen las barbas". Y una sabia sentencia viene a armonizar: "Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre". Hago esta introducción paremiológica a fin de señalar un sentimiento que he advertido en mis dilatados viajes por el territorio nacional, pues ando como sombrero Tardán, de Sonora a Yucatán. He aquí que la gente conoce bien las muchas buenas cualidades que concurren en la persona de Margarita Zavala, esposa del Presidente de México. Se sabe que ha brillado con luz propia, y que por su preparación y su cultura ha destacado en el quehacer político. Y sin embargo la señora, por discreción y por prudencia, ha hecho una voluntaria desaparición del escenario público. Se entiende que no quiera caer en los excesos en que cayó su antecesora, excesos que dañaron no sólo a quien en ellos incurrió, sino a su esposo, a su partido y aun a la nación. Tal fue un extremo pernicioso. Pero la señora Margarita está cayendo en otro, representado por su falta de presencia en la vida nacional. Es ella una dama de atractiva presencia, con magnífica imagen de buena esposa y madre, dueña de calidades personales reconocidas por propios y extraños. Puede hacer mucho bien si con mesura y discreción -como es su manera de ser- hace lo que muchas mujeres mexicanas hacen: trabajar con su marido en bien de un propósito común. Sin formar con el suyo una "pareja presidencial", como por desgracia sucedió en el anterior sexenio, Margarita Zavala puede aplicar su buen sentido femenino y su capacidad de trabajo al bien de México y de los mexicanos que más necesitan del apoyo de una mujer sensible y laboriosa: las propias mujeres, los niños, los ancianos, todos aquellos que sufren pobreza o injusticia. Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre. Entre el extremo de la ambición desatentada y el extremo de la excesiva contención, el justo medio de la participación prudente y respetuosa de lo que se debe al compañero y a la vida institucional de la nación. Si la señora Marta no se volvió una Isabelita fue sólo porque su esposo no tenía la estatura de un Perón. De ese peligro nos libramos. Ahora tal riesgo no existe, pues los antecedentes personales de la actual primera dama, su formación y su cultura, su modo particular de ser la ponen -y nos ponen- al amparo de cualquier extralimitación. Me arrogo, pues, modestamente, la voz de la República y con el debido comedimiento le pido a la señora esposa del Presidente de México que haga acto de presencia y aporte al bien de México y de los mexicanos su talento y su dedicación... "Soy la mejor adivinadora del mundo" -le dijo la cartomanciana a su presunto cliente. "Eso es lo que usted cree -respondió él, desdeñoso-. Pero, en fin, adivíneme el futuro". "Sus tres hijos -auguró la vidente- tendrán suerte en la vida". "No es usted tan buena adivinadora -se burló el hombre-. Soy padre de cuatro hijos". Replica la mujer. "Eso es lo que usted cree"... FIN.