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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Entró lord Feebledick a su recámara y halló a su mujer, lady Loosebloomers, en abrazo de fornicio con Jock McCock, el toroso vicesubayudante interino de mayordomo suplente. "¿Otra vez, infame pecatriz?" -bufó milord, irritado por la moral tan lábil de su esposa-. ¡Ah! ¡He aquí a lo que te ha conducido leer los libros de ese irlandés de caca, Bernard Shaw!". "Tú tienes la culpa, marido -replicó ella-. Me dejas sola demasiado tiempo". "¡Pero, mujer! -se tira de los cabellos Feebledick-. ¡Si nada más fui a la cocina a traer un vaso de agua!". (NOTA: El desgraciado mayordomo siempre estaba presto, como las ollas)... Drácula se disponía a atacar a la hermosa muchacha. Ella, espantada, sacó un crucifijo king-size y lo esgrimió frente a la cara del vampiro. Supuso la doncella que la diabólica criatura iba a hacer lo que Bela Lugosi en las películas: cubrirse el rostro con la capa, adelantar el brazo izquierdo como para rechazar la cruz y retroceder entre gruñidos y horribles maldiciones transilvanas. No hizo tal este nuevo Drácula. Le dijo a la muchacha: "Demasiado tarde, linda. La semana pasada me hice agnóstico". (NOTA: El escepticismo, en efecto, está minando los cimientos de la fe)... Una señora iba por un oscuro callejón y sintió que dos sujetos la seguían. Apresuró el paso, y los hombres lo aceleraron también, como en las películas del cine negro (cinéma noir). La mujer, llena hasta donde es posible de terror, pegó la espalda a la pared, las palmas de las manos en el muro, como Joan Fontaine en "Rebecca" cuando la señora Danvers le pide para el gasto. (1940, con George Sanders y Laurence Olivier; dirección de Alfred Hitchcock -su primera película en Hollywood y la única que le dio un Oscar a la mejor película-; guión de Robert Sherwood basado en la novela de Daphne du Maurier). "Señora -le pide a la mujer uno de los rufianes-. ¿Por casualidad tiene una monedita?". "Ah! -profirió la señora con alivio-. Creí que eran ustedes asaltantes, pero ya veo que son indigentes a quienes la crisis de la tortilla puso en el triste extremo de impetrar la caridad pública". "No señora -responde con mansedumbre uno de los individuos-. No somos limosneros. Mi amigo y yo necesitamos la monedita para echar a suertes quién de nosotros le va a quitar el dinero y quién la va a forzar" (NOTA: En términos de la teoría marxista estamos en presencia de un claro ejemplo de división del trabajo, aunque con un elemento aleatorio -el de lanzar la moneda al aire- que no condice con el rigor científico de esa doctrina, cuya vigencia es ahora la misma que la de las hipótesis de Teofrasto sobre la redondez del mundo)... Un señor llegó con el médico y le dijo angustiado: "¡Doctor, en la punta de la nariz me están saliendo fresas!". "Extraño caso -respondió el facultativo, que pertenecía a la vieja escuela-. Voy a ponerles crema"... Con grandes gemidos y ululatos clamaba el yerno en el funeral de su señora suegra: "¡Se me fue! ¡Se me fue!". "Cálmese usted, atribulado joven -le pide uno de los asistentes-. Seguramente desde el Cielo la señora lo está mirando, y lo bendice". "¡No! -se desespera el yerno-. ¡Se me fue! ¡Ya la tenía en el cajón, y se me fue!"... Caperucita Roja preguntó al Lobo Feroz por qué tenía los ojos, las orejas, la boca y los dientes tan grandes. "De lo demás no preguntes, niña" -le ordenó su abuelita. Habló el Lobo y dijo a la pequeña: "Saciaré en ti mis instintos bestiales, y luego en tu abuela". "¡A mí hazme lo que quieras -gime Caperucita-, pero a mi abuelita no la toques!". "Niña, niña -reitera su admonición la anciana-. No contradigas a las personas mayores"... FIN.

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