Don Crésido, rico empresario, conoció en una fiesta a una chica de hermoso rostro y voluptuosas formas. Le dice la muchacha llena de exaltación: "¡Don Crésido, soy su más ferviente admiradora! ¡Tanto lo admiro que, si quiere, ahora mismo le hago el amor en el modo más apasionado y lleno de variedad que pueda usted imaginar!". "¿Ah sí? -responde con módico interés el dineroso señor-. Y ¿cuál sería mi ganancia?"... En la mullida suavidad del lecho sir Lancelot se acercó a lady Guinivére. "¿Otra vez?" -pregunta ella. Responde, comedido, el caballero: "Milady, hace tres días que no me dáis vuestra tibieza". Replica ella: "Quiero decir, sir Lancelot, que las Cruzadas ya acabaron. ¿Y otra vez queréis hacerlo con la armadura puesta?". (Qué incómodo. Deja la frialdad: los rechinidos)... En el noreste mexicano hay dos hermosos recintos universitarios: el Paraninfo del Ateneo Fuente, de Saltillo, y el Aula Magna del Colegio Civil de Monterrey. Sitios llenos de historia son los dos, e instituciones muy amadas. Recientemente el Paraninfo ateneísta fue objeto de trabajos que le restituyeron su belleza original. También se emprendieron obras de remozamiento para hacer que el Colegio Civil volviera a ser lo que antes fue: uno de los más nobles edificios de la ciudad regiomontana. Merecen reconocimiento los rectores de las universidades de Coahuila y Nuevo León, ingeniero Jesús Ochoa Galindo e ingeniero José Antonio González Treviño, pues con eso preservan herencias del pasado y hacen de ellas presente rico en frutos. Yo tengo memorias entrañables en esos dos recintos. Bachiller lleno de bachillerías, en el Paraninfo del Ateneo Fuente participé con sonoras peroratas en aquellos cursis concursos de oratoria tan de moda en la mitad primera del pasado siglo. Era yo entonces vehemente iconoclasta. Cosas de la edad. Las derechas, capitaneadas por un buen sacerdote, silbaban y pateaban mientras hablaba yo. Me volvía hacia el adalid de las católicas falanges y le pedía con simulada mansedumbre: "Padre: apaciente a sus ovejas". Muchos años después, en la señorial Aula Magna de la Universidad nuevoleonesa, di cursos de historia y literatura mexicanas. Se llenaba el recinto con gente de toda edad y condición. Recuerdo que al terminar mi primera clase la numerosa audiencia no supo qué hacer. Se oyó una estentórea voz de hombre que puesto en pie gritó: "¡Aplaudid, manos ociosas!". Y se desgranó un largo aplauso, inolvidable. Quien gritó era Mario, aquel hidalgo de porte quijotesco que se ganaba la vida dejándose retratar por los turistas, con un halo de palomas, en la plaza Hidalgo. Las casas son cosas preciosas, y más si en ellas viven el bien, la belleza y la verdad. Estas dos moradas de la cultura, el Aula Magna del Colegio Civil de Monterrey y el Paraninfo del Ateneo Fuente de Saltillo, seguirán con nueva vida su dilatada vida... En el curso del largo vuelo en jet el niñito le hacía preguntas a su cansado padre. El pobre señor lo único que ansiaba era dormir. "Papi: ¿verdad que los perros tienen perritos?". "Sí, hijo: los perros tienen perritos". "Y ¿verdad que los gatos tienen gatitos?". "Sí, nene: los gatos tienen gatitos". "Y ¿verdad que los peces tienen pececitos?". "Sí, pequeño: los peces tienen pececitos". "Ahora dime, papi -pregunta el chiquilín-. Los aviones ¿tienen avioncitos?". El señor, harto ya del interrogatorio, vio en aquella pregunta una oportunidad para librarse por unos momentos del tenaz chiquillo. Le contestó: "Eso, hijo, tendrás que preguntárselo a la azafata". Va el niño con la aeromoza y le pregunta: "Señorita: si los perros tienen perritos, los gatos tienen gatitos, y los peces tienen pececitos; los aviones ¿tienen avioncitos?". Sin vacilar responde la azafata: "Algunos sí, pero los de nuestra compañía no". "¿Por qué? -pregunta con curiosidad el chamaquito. Explica sonriendo la muchacha: "Porque siempre salen a tiempo". (No le entendí)... FIN.
