Frank Sinatra es autor de una de las más bellas frases que se han dicho en la historia de los Estados Unidos, más bella y honda aún que cualquiera de las pronunciadas por Washington, Jefferson o Franklin. Cuando murió Louis Armstrong -si es que se puede hablar de muerte al hablar de alguien como Satchmo- Sinatra dijo estas palabras: "Louis Armstrong es un orgullo de su raza...". Y añadió enseguida: "La raza humana". En efecto, por encima de todas las diferencias raciales está la común pertenencia a la humanidad. Para los creyentes ese vínculo es fraterno, por ser todos los hombres hijos de Dios, y en consecuencia hermanos entre sí. No obstante eso, y a pesar de que el pueblo norteamericano tiene profundas raíces cristianas, corre por él una oscura vena de racismo. No nada más los americanos nativos y los de origen africano han sido objeto de discriminación racial: irlandeses e italianos sufrieron también hostilidad, y aun en mayor medida los judíos. (Recordemos a Groucho Marx. Una hija suya no fue admitida en una alberca pública, por ser judío su padre. "Pero su madre es cristiana -arguyó Groucho-. ¿Podría meterse nada más hasta la cintura?"). Ahora el odio de los racistas se centra en los hispanos. Renacen otra vez las prácticas brutales que hasta bien avanzado el siglo veinte encarnaron en el Ku Klux Klan, una de las mayores vergüenzas no sólo de los Estados Unidos, sino del mundo todo. Los asesinatos de afroamericanos por esa siniestra organización se han vuelto ahora asesinatos de indocumentados latinos. El más reciente es el que sucedió en Arizona, donde al parecer se han organizado grupos de cazadores de hombres que atacan y privan de la vida a los migrantes. Crímenes así no pueden quedar impunes. En casos como éste suele acontecer, sobre todo en las comunidades pequeñas, que un velo de complicidad se tiende sobre los culpables para librarlos del castigo, pues los demás habitantes comparten en alguna forma el odio que lleva a esos hombres violentos a matar. Por eso los funcionarios consulares deben protestar con energía por los asesinatos, y no cejar hasta que los criminales sean detenidos, juzgados y castigados conforme a la ley. Grandes virtudes y valores laten en el pueblo norteamericano. También, por desgracia, hay en él raíces de violencia y de racismo que todavía no se pueden arrancar. La justicia debe actuar contra esa tremenda forma de maldad... Le cuenta un tipo a otro: "Tenía seis meses lejos de mi casa, trabajando en un pueblo de la montaña donde no hay mujeres. Ayer regresé por fin. Lo primero que hice fue hacerle el amor a mi esposa". Pregunta el otro: "¿Y lo segundo?". Responde el tipo: "Me acomodé la ropa, me sacudí las briznas de hierba del jardín y entré con ella en la casa"... El nieto adolescente le advierte a su abuelo: "Prepárate, abuelito. La abuela está cocinando para ti galletas de chocolate con chispitas de Viagra"... El pomposo orador proclamó desde la tribuna: "No sólo llevo en mí la toga del magistrado público: también visto la capa de la honradez y el manto de la justicia". Se oyó un grito desde las galerías: "¡Mucha ropa!"... Venancio le comentó a Pacorro que la vida amorosa con su mujer se había vuelto aburrida, pero que la relación se reanimó cuando se les ocurrió hacer el amor "de columpio". "¿Cómo es eso?" -inquiere Pacorro. Explica Venancio: "Nos aligeramos la ropa. Ella se sienta en un columpio y se da vuelo. Yo la espero de pie, y hacemos contacto en cada vuelta del columpio". Pregunta Pacorro muy intrigado: "Y hacerlo así ¿te produce placer?". "Todavía no -contesta Venancio-. Me falta afinar un poco la puntería"... FIN.