Un agente viajero iba en su automóvil por un camino rural cuando de pronto el vehículo se detuvo: había sufrido una descompostura. Era de noche, llovía copiosamente y el hombre no sabía nada de mecánica. Vio a lo lejos una pequeña luz y fue hacia ella en medio del aguacero que caía. (Eso es lo que generalmente hacen los aguaceros: caer). Llegó a una casa y llamó con grandes golpes a la puerta. Apareció un sujeto con traza de granjero. Le dice el recién llegado: ?Señor, mi automóvil se descompuso. ¿Puedo pasar la noche en su casa??. ?Desde luego -responde el individuo-. Pero tendrá usted que compartir la cama con mi hijo, fornido mocetón de 20 años lleno de urentes ansias corporales e intensos rijos juveniles?. ?¿Con su hijo? -se desconcierta el viajero-. ¿No con su hija, hermosa muchacha de 18 años deseosa de conocer los deleites del amor??. Replica el granjero: ?No tengo hija?. ?Ah chingao -se rasca la cabeza el visitante-. Entonces mejor me voy. Creo que me metí en el chiste equivocado?... La señora, angustiada, le dice a su marido: ?¡Viejo! ¡Un alacrán picó a mi mamá en la cama!?. ?¿Un alacrán? -se demuda el hombre-. ¡No es posible! ¡Yo le puse tres!?... Eran los efímeros días en que el subcomandante Marcos deslumbraba a la crema de la intelectualidad. Se pusieron de moda entonces los usos y costumbres de los pueblos indígenas. Defenderlos, abogar por su conservación, estaba ?in?; en cambio, decir que esas costumbres eran muchas veces malas costumbres, y que tales usos constituían con frecuencia abusos, era políticamente incorrecto: estaba ?out?. Pero si hay una señora terca en este mundo esa terca señora es la verdad. Las mujeres mixes de Oaxaca, por ejemplo, se quejan hoy por hoy de los usos y costumbres de su etnia. ?Tenemos que aguantar -dicen- que los hombres lleguen borrachos; que nos peguen y maltraten a nuestros hijos; y debemos tener sexo con ellos aun en contra de nuestra voluntad?. (¡Caramba, qué parecidos son los usos y costumbres de los pueblos indígenas a las costumbres y usos de nuestra sociedad!). Yo siempre he dicho que en relación con las etnias se debe mantener lo que es digno de ser fotografiado, y cambiar todo lo demás. Vale decir, presérvense los hermosos atuendos coloridos; la riqueza de las artesanías; las fiestas religiosas y profanas; pero incorpórese a la población a las ventajas de la moderna civilización. Por un lado esa modernidad es inevitable; por el otro, en el caso de las etnias, lo moderno es bastante cómodo y ayuda mucho a la conservación de la salud. El hecho, por ejemplo, de que la penicilina no sea parte de la milenaria idiosincrasia de nuestros pueblos aborígenes no le quita a ese medicamento eficacia o utilidad. Igual puede decirse del excusado inglés. En buena parte los usos y costumbres de las etnias son fuente de violencia y opresión para algunos, especialmente las mujeres, los niños, las minorías religiosas y todo aquel que se oponga a la voluntad de los capitostes locales, verdaderos déspotas que ejercen su tiranía sin control. ¿Usos y costumbres? Sí, cuando no sean sinónimo de atraso, injusticia o discriminación. (¡Bófonos!)... Braguetino Pitoncio, hombre salaz proclive a las concupiscencias de la carne, fue a un prostíbulo, casa de trato, lupanar, mancebía, burdel, centro de lenocinio, quilombo, ramería o congal. Ahí fue inficionado con una enfermedad de las que antes se llamaban ?secretas? pese a ser las más públicas de todas. Tan mal se vio el lacerado que acudió a la consulta de un médico famoso, pues la parte por do más pecado había se le iba ya a desprender de su natural ubicación. El facultativo examinó a Pitoncio, e hizo luego el siguiente comentario: ?Mmm?. ?¡Doctor! -profiere lleno de angustia Braguetino-. ¿Podré conservar mi ésta??. ?Desde luego que sí, amigo -lo tranquiliza el médico-. En formol?... FIN.
