El cuento que hoy descorre el telón de esta columnejilla fue calificado por la Liga de la Decencia con cinco equis: XXXXX. Sí, conté bien: cinco equis. Tal clasificación indica el grado extremo de la sicalipsis. La lectura de un cuento así suele provocar los siguientes síntomas a las personas con melindres de moral: erisipela, isípula, rubefacción, eritema, sarpullido y comezón. No lo lean, entonces, las personas de conciencia remilgosa... Doña Macalota llegó sin aviso a visitar a su hija casada. La joven esposa le cedió su habitación para que pasara ahí la noche. Ese día el marido de la muchacha -que no estaba en buenos términos con su mamá política- llegó a la casa en horas de la madrugada. Iba azumbrado, quiero decir beodo. Se metió en la cama sin más, y al sentir en ella a quien creyó su mujer procedió a hacerle el amor cumplidamente. Al despuntar la mañana del siguiente día la esposa fue a su cuarto y se espantó al ver tendidos en el mismo lecho a su marido y su mamá. "¡Horror!" -clamó con sonoroso grito. Despertó con el ululato el hombre, que dormía el sueño de su borrachera, y cuál no sería su sorpresa -hermosa frase- al mirar junto a sí a su odiada suegra. "¡Santo cielo! -exclama a su vez el malsinado-. ¡Le hice el amor a esta mujer pensando por error que era la mía!". "¿Cómo es posible eso, madre? -profiere la esposa-. ¿Por qué no hablaste para detenerlo?". "Hija mía -responde con toda calma la señora-. Tú sabes bien que desde hace dos años no le dirijo la palabra a este macaco, y no iba a empezar precisamente ahora"... Babalucas invitó a sus amigos a una fiesta en su casa. Corrió el alcohol, y de pronto el anfitrión notó que su esposa había desaparecido de la escena, lo mismo que su amigo Pitorro. Subió a la recámara, abrió la puerta con cuidado y lo que vio lo dejó atónito y absorto: en el mismísimo lecho conyugal su esposa y su amigo estaban entregados a eróticos deliquios de pasión. Menea la cabeza Babalucas y dice con acento compasivo: "¡Pobre Pitorro! ¡Anda tan borracho que cree que soy yo!"... Ahora voy a narrar un cuentecillo inane del cual me serviré para ilustrar una meditación política... Murió un andaluz. Por la infinita misericordia del Señor sus pecados le fueron perdonados, y el hombre se encontró -no sin sorpresa- en la morada celestial. Sucedió, sin embargo, que bien pronto el andaluz empezó a aburrirse soberanamente. Lo fastidiaba la paz eterna que en el Cielo había; lo atediaba la monótona melopea que los ángeles cantaban en alabanza del Creador; lo llenaban de hastío las oraciones ininterrumpidas de las beatas y los bienaventurados. Todo eso no cuadraba con su carácter festivo y sandunguero. El andaluz, pues, fue con San Pedro y le pidió que lo mandara a otro lugar. "El único sitio al que te puedo enviar -le contestó irritado el portero celestial- es al infierno". "Pues al infierno voy -respondió el de Andalucía-. Todo con tal de ya no estar aquí, donde me aburro tanto". San Pedro entonces lo mandó al averno. Una semana después el apóstol de las llaves fue al erebo a ver cómo le estaba yendo al andaluz. Lo encontró metido hasta el pescuezo en un cazo lleno de plomo derretido. Un diablo lo punzaba con su tridente; otro lo hacía beber aceite hirviendo, y un tercero le golpeaba la cabeza con un enorme mazo. Y aun así el hombre reía a carcajadas, contento y jubiloso. "¿De qué te ríes? -le pregunta San Pedro, estupefacto-. ¿Por qué estás tan feliz?". Responde el andaluz alegremente: "¡Es que esto es precisamente lo que a mí me gusta! ¡El cachondeo!". Pues bien. Algunos comentadores políticos reprobaron en su tiempo a Fox porque no dialogaba con la oposición. Ahora le reprochan a Calderón que entable diálogo con líderes de sindicatos priistas. Tal parece que a esos observadores no les gusta el análisis crítico: más bien les gusta el cachondeo... FIN.