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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Mañana daré a conocer una fórmula para salvar a la República, y pasado mañana otra para evitar la caída del pelo. Hoy me limitaré a narrar un cuentecillo insustancial seguido por una meditación igualmente insustancial... La señorita Sheila Kill, detective privada originaria de Poughkeepsie, Nueva York, fue invitada por el jefe de una corporación policíaca de México a visitar la Capital para dar asesoría técnica a los investigadores. La recibió el subjefe. A poco de hablar con él la visitante notó que le faltaba su lujosa cigarrera de oro. No dijo nada, pero cuando se vio en presencia del jefe le informó: "Acabo de notar la pérdida de mi lujosa cigarrera de oro. Estoy segura de que la tenía conmigo cuando llegué aquí. Con nadie he estado más que con el subjefe de su corporación. No quiero acusar a ese hombre de ladrón o ratero: me limito a poner a usted en conocimiento de los hechos". Responde le jefe policíaco: "Espere aquí un minuto". Salió, y regresó poco después con la perdida prenda. "Muchas gracias -le dice la señorita Sheila Kill al recibirla-. Espero que esto no le haya causado algún problema con su colaborador". "Ninguno -contesta el jefe-. Ni siquiera notó cuando se la saqué". Uno de los más graves problemas en el campo de la seguridad es el de la confusión entre policías y delincuentes. Hay policías honestos, desde luego, pero, según el dictamen presentado por la señorita Sheila Kill, una minoría de policías malos -el 99 por ciento- arruina el prestigio de todos los demás. Es necesario entonces un sistema que permita detectar a los elementos inmorales, sacarlos de las corporaciones y boletinarlos a toda la República (incluido en ella El Moquetito, Tamaulipas), pues suele suceder que un policía corrupto expulsado aquí aparece de pronto como jefe policíaco allá, y viceversa. Fijémonos una meta inicial, propuso Sheila Kill: que el pueblo, en lo posible, llegue a sentir más temor de los delincuentes que de los policías. Ése sería un importante primer paso en la lucha por la seguridad... Le preguntó un visitante a Babalucas: "¿Cuál es la tasa de nacimientos en esta ciudad?". Contesta el tonto roque: "Uno por persona"... La abuelita tenía una rara costumbre: siempre cantaba cuando estaba en el pipisrúm. Sus nietos notaron aquello, y uno de ellos le preguntó: "Abuela: ¿por qué cantas cuando estás en el baño?". Explica la ancianita: "Porque la desgraciada puerta no tiene picaporte"... Don Poseidón fue a la ciudad y entró en una tienda de departamentos. Le pregunta una vendedora linda y joven, de cuerpo lleno de atractivos promontorios: "¿Hay algo que quiera ver, señor?". Traga saliva el vejancón y pregunta a su vez: "¿Me lo dice de veras?"... Harlota, mujer con más pasado que un texto de historia universal, sintió de pronto una vehemente ansia de cambiar de vida. Decidió ingresar en una iglesia cuyos ministros bautizaban a los conversos sumergiéndolos en las aguas de un río. Le comentó Harlota a una amiga: "Esas aguas lavarán todos mis pecados". Inquiere la amiga: "¿Y en qué río te van a bautizar? ¿En el Amazonas?"... Una señora le pregunta a otra: "¿Por qué te casaste con ese hombre? ¡Son tan diferentes!". Responde ella: "Tú sabes, la ley de los opuestos. Yo estaba embarazada y él no"... Una joven casada iba a dar a luz su primer bebé. Le pregunta al ginecólogo: "Doctor: ¿en qué posición voy a estar cuando venga el niño?". Responde con una sonrisa el facultativo: "Más o menos en la misma posición en que estaba cuando lo concibió". "¡Cómo! -se asusta la muchacha-. ¿Con la cabeza abajo del volante?"... FIN.

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