Doña Macalota, mujer de don Algón, entró de repente, y sin llamar, en la oficina de su esposo. Lo que vio la dejó patidifusa, anonadada: sobre el escritorio el salaz ejecutivo estaba en pleno trance de carnalidad con Rosibel, su joven y curvilínea secretaria. Por el rabillo del ojo don Algón advirtió la presencia de su cónyuge. Le dice en voz baja a Rosibel: "Es mi esposa. Actúa con naturalidad"... La tribulada muchacha amenazó con gemebundo acento a su galán: "Estoy embarazada, Pitorrón. Si no me cumples la palabra de matrimonio que me diste me arrojaré a un precipicio". "¡Caray, Preñita! -responde él con tono agradecido-. ¡Ya sabía yo que eras buena onda!"... Doña Avidia le sugiere a don Languidio: "Ahora que llegue la primavera, todos los días saca la entrepierna por la ventana del jardín". "¿Por qué quieres que haga eso?" -pregunta con extrañeza el senescente caballero. Explica la señora: "He oído decir que con la primavera todo cobra nueva vida"... Una joven madre de opimo busto generoso estaba atetando a su bebé en la banca de un parque. Se acerca a ella un tartajoso borrachín y le dice al tiempo que se quitaba el sombrero y la saludaba ceremoniosamente: "No me lo va usté a creer, señito, pero su niño me invitó a almorzar"... La señora contemplaba a su marido aplastado en el sillón de la sala viendo un partido de futbol. Estaba el tipo en calzón y camiseta; calzaba unas pantuflas viejas; los calcetines le caían por los tobillos. Despeinado, con mirada vidriosa, bebía de una lata de cerveza y comía frituras mantecosas. Exclama la señora con disgusto: "¡Qué mala suerte tenemos las mujeres! ¡Necesitamos nada más 100 gramos y tenemos que cargar con todo el cerdo!"... Cuando sir Lancelot llegó jinete en su caballo blanco a salvar a la princesa de las fauces y garras del dragón, halló consternado que la joven estaba en trance de coición erótica con el terrible monstruo. Se vuelve el andante caballero hacia su paje y le dice desolado: "El mundo anda de cabeza, muchacho. Antes la historia no acababa así"... El Lobo Feroz le manifiesta a la bien dotada y sorprendida Caperucita Roja: "No lo niego: hace un par de años te quería comer. Pero ahora tengo una idea mejor"... Pasada la medianoche Susiflor llegó en estado de éxtasis al departamento que compartía con una amiga. Le dice con expresión de arrobo: "¿Recuerdas que te dije que mi novio tenía un no sé qué? Ahora sé que tiene un sí sé qué"... Yahvé, el dios bíblico del Antiguo Testamento, era un terrible dios. Exigía de los humanos sacrificios sobrehumanos; constantemente los castigaba con penas espantosas: les mandaba un diluvio universal; les quemaba con fuego sus ciudades; les confundía las lenguas; enviaba un ángel exterminador que les mataba a espada sus hijos primogénitos. El dios del Nuevo Testamento, en cambio, era un dios de amor y de perdón. Predicaba la paz entre los hombres; enseñaba a ofrecer la otra mejilla al golpe del enemigo cruel. No sé qué digan los teólogos sobre esto, pero yo pienso que la diferencia se debe a que Jesús -el amoroso dios del Evangelio- tuvo madre. No la tuvo, en cambio el dios temible del Génesis y el Éxodo. Toca, sin embargo, a los modernos exégetas de la Palabra, como Malbéne y otros de la misma talla, clarificar ese difícil tema. Yo, más modestamente, me limito a tratar de poner luz en la cuestión política. Y digo, por ejemplo, que inmediatamente después de la visita de Bush cayó sobre la ciudad de Mérida una terrible plaga de langostas. Eso a mí no me extraña: cualquiera que haya leído la Biblia sabe que las plagas nunca vienen solas... FIN.