El nombre de esta garrida moza es Arapía. Arapía es una moza muy garrida. Garrida moza es Arapía. (Nota: estoy tratando de escribir como Azorín, con prosa de pan rallado, según dijo Borges una vez. Pero mejor vuelvo a mi estilo, que consiste en no tener ninguno). Arapía tiene un enamorado: Meñico, joven lugareño. En tanto que Arapía es alta como elevado pino, el muchacho es de estatura parva. Levanta apenas dos varas del suelo, y aquí cada vara cuenta 71 centímetros. Meñico aspira a casarse con la bellísima doncella. Lo animó una frase de su madre. Cuando él le habló de la gran diferencia de estaturas que había entre Arapía y él, la señora lo animó diciendo: “Anda, hijo: con que los centros se junten, aunque los holanes cuelguen”. Menos comprensivo se mostró su padre, hombre cerril y de sentidos romos. Él comentó: “Vas a parecer lagartijo en peña”. Sin embargo pudo más la consideración materna, y el petiso siguió adamando a la muchacha. Una noche salieron a pasear los dos. La noche era lunada. A la salida del pueblo él le pidió un beso. “Está bien” -concedió Arapía. Y ofreció los purpurinos labios al anheloso enamorado. Se empinó Meñico todo lo que pudo; se alzó sobre las puntas de los pies, y ni siquiera llegó a la región umbilical de la elevada joven. Por fortuna en ese momento estaban frente a la fragua del herrero. Meñico trepó al yunque. Así pudo alcanzar el cielo de su felicidad, y dio a su amada el ósculo deseado. Siguieron el paseo; fueron los dos por la vereda que llega hasta el molino. Tres horas habían caminado ya. Ahí pidió Meñico: “¿Puedo besarte otra vez?”. “¡Ah no! -protestó la zahareña moza-. Un beso ya me diste; es suficiente”. “¡Uh que la! -exclama Meñico con enojo-. ¡Si he sabido no vengo cargando el desgraciado yunque!”... Hoy debo cumplir mi deber de orientar a la República. Me excederé en el cumplimiento de esa modesta misión, y orientaré también al Distrito Federal, pues cuando la Constitución fue desvirtuada, el DF se convirtió en una República dentro de otra. Se pervirtió la naturaleza y ser esencial de ese distrito, y hoy por hoy el presidente de la República casi no tiene donde reclinar la cabeza. Pues bien: al presidente Calderón, panista, le digo que debe gobernar como si fuera del PRD; y al jefe de Gobierno del Distrito Federal, el perredista Marcelo Ebrard, le digo que debe gobernar como si perteneciera al PAN. En efecto, creo que la administración calderonista tiene que ser de izquierda para atender las impostergables carencias de la población pobre de México. El gobierno del Distrito Federal, en cambio, ha de hacer mayor énfasis en el orden y el respeto a la ley, para acabar el caos y la anarquía que se ha enseñoreado de la otrora bella ciudad a causa del absoluto desprecio que muestran por el orden jurídico quienes se llaman “luchadores sociales” o “izquierdistas”, y que son en verdad vividores, parásitos sociales que sacan medro de la corrupción y la ilegalidad. Gire más Calderón hacia la izquierda; haga un viraje Ebrard a la derecha, y ya verán los dos cómo su acción se torna en beneficios para las respectivas comunidades que gobiernan. Hasta aquí mi labor orientadora... Tres viajeros hubieron de dormir juntos en el mismo lecho, por falta de cupo en el hotel. A la mañana siguiente cuenta uno: “Toda la noche estuve soñando que me manipulaban la entrepierna”. “Extraña coincidencia -narra el segundo-. También yo sentí toda la noche que alguien andaba a meneos con mi parte”. Dice el que había dormido en medio de los dos: “¡Qué sueños tan morbosos! En cambio yo, buen deportista, tengo mente sana: toda la noche soñé que andaba esquiando en la nieve”... FIN.