Un investigador de mercado preguntó a una señora si conocía el producto llamado Vaselina. La mujer dijo que sí, y añadió que ella y su esposo estaban muy familiarizados con su empleo. “¿Para qué utilizan ustedes la Vaselina?” -quiso saber el encuestador. Contestó ella sin vacilar: “Como auxiliar en la relación sexual”. El hombre tragó saliva, pues no estaba acostumbrado a respuestas así, tan explícitas y claras. Inquirió, cauteloso: “¿Podría explicarme el modo en que su marido y usted usan la Vaselina en la relación sexual?”. “Claro que sí -respondió muy natural la señora-. Untamos con ella la perilla de la puerta, y así los niños no la pueden abrir cuando mi esposo y yo estamos en la intimidad”... Himenia Camafría, madura señorita soltera, le preguntó a Celiberia Sinvarón, célibe añosa como ella: “¿Has estado con un hombre cuyas manos te hayan hecho temblar?”. “Sí -suspira Celiberia-. Mi dentista”... Babalucas entregó su examen en blanco. Le dice su vecino de asiento: “Yo también lo entregué en blanco”. “Ah caray -se preocupa Babalucas-. El maestro va a pensar que nos copiamos”... La verdad no es menos verdad por que la diga alguien sin autoridad moral. Acierta López Obrador cuando señala los privilegios de que gozan algunas grandes empresas, nacionales y trasnacionales, en cuyo favor parecen actuar los gobiernos de la República, que han protegido en diversas formas el interés de esas empresas, algunas de ellas monopólicas, con perjuicio para México y para los mexicanos. Los mismos empresarios deberían percatarse de que mantener ese régimen de ventajas indebidas pone en riesgo el futuro de sus empresas. Si ven las barbas de los venezolanos cortar, deberían poner las suyas a remojar. Así evitarían que el populismo tenga terreno fértil para sembrar malas semillas. Los empresarios han de tener sentido social. Si no, por lo menos tengan instinto de conservación... Columnista: al leer la última frase de tu perorata no pude menos que hacer: “Gulp”. Me provocaste una súbita euriopía (del griego eurýs, ancho, y ops, ojo), pues hiciste que los ojos se me abrieran desmesuradamente en mudo gesto de preocupación. Ahora no sé cómo voy a cerrarlos. Cuenta un par de historietas finales, a ver si eso ayuda... Aquel tipo se compró un perro, y por broma le puso un nombre raro; “Sexo”. Fue al Municipio y le pidió al encargado de extender los permisos para perros: “Quiero una licencia para Sexo”. Le contestó el sujeto: “A mí también me gustaría tener una”. Cuando el tipo viajaba, su perro era un problema. El dueño del animal decía en la recepción del hotel: “Necesito un cuarto especial para el Sexo” . Le contestaba el gerente: “Todos nuestros cuartos son iguales. Lo que haga usted en su habitación es cosa suya”. “Es que el Sexo no me deja dormir” -alegaba el individuo. “A mí tampoco” -respondía el gerente. Una vez quiso inscribir al perro en un concurso canino. “Vengo a participar con mi Sexo” -dijo a la mujer que hacía las inscripciones. Ella se rascó la cabeza, vacilante. “No sé en qué categoría inscribírselo -dudó-. ¿En salchicha? ¿En chihuahueño?”. Cuando se divorció de su esposa el tipo le dijo al juez: “Nuestro problema fue el Sexo”. Contestó el letrado: “Eso les pasa a muchas parejas”. “No me ha entendido usted, su señoría -aclaró él-. Antes de nuestro matrimonio mi mujer parecía tener mucho interés en el Sexo, pero desde que nos casamos dejó de importarle por completo”. Y dijo con tristeza el juez: “A mí me sucedió lo mismo”. En vista de tantos problemas el tipo le puso otro nombre al perro, pero el Sexo ya no le responde... Pepito no cumplía aún dos años cuando un día le dijo a su voluptuosa y bien dotada tía: “Tiíta: qué ganotas”. Pregunta ella con alarma: “¿Qué ganotas de qué, Pepito?”. Responde el chiquilín: “Qué ganotas nagas tenes”... FIN.