La recién casada le cuenta a su suegra: “Su hijo me ha salido muy romántico, doña Medusia. Dice que podría alimentarse nada más con los besos que le doy”. Responde la suegra con sonrisa forzada: “Pues, oye: lo veo tan flaco y agotado que a lo mejor ésa es la única comida que le estás dando: besos”. Contesta la muchacha: “No es la comida lo que lo tiene flaco y agotado, suegra. Es el postre”... MacAvario, hombre sumamente agarrado, fue a consultar a un urólogo, y éste le pidió que al día siguiente llevara una muestra para hacerle un análisis. Cuando MacAvario fue por los resultados el galeno le informó que no había encontrado nada anormal en la muestra: todo estaba bien. “¿De veras no halló algo malo, doctor?” -pregunta MacAvario. “Nada absolutamente -le contesta el médico-. Está usted muy bien” Pide entonces MacAvario: “¿Me permite usar su teléfono, doctor?”. “Claro que sí -lo autoriza él-. Úselo”. MacAvario marca el número y luego dice: “Vieja, salí bien del análisis. Y tú también saliste bien. Y los muchachos; y mis papás y los tuyos; y el tío Usurino, y la tía Agarrancia, y el abuelo Cicaterio; todos salimos bien”... Muchos viajeros llevan a afinar su coche antes de salir a la carretera en vacaciones. En eso hacen muy bien. Pero mejor harían si también pidieran que les revisaran tres importantes elementos del vehículo: las llantas, los frenos y la suspensión. Otra recomendación hacen los expertos: llevar siempre, al manejar, las luces del coche encendidas, aunque sea de día. Eso ayuda a prevenir accidentes. Obvio es decir que el uso del cinturón por parte de todos los que van en el vehículo es algo obligatorio. Ninguno de los pasajeros debe omitir llevarlo, pues en caso de colisión quien no lo lleva se convierte en un proyectil que puede dañar a los demás. Manejar sin haber bebido y sin estar cansado o bajo el influjo de algún medicamento o droga; obedecer las señales de tránsito y -muy especialmente- no exceder los límites de velocidad; todo eso es indispensable para evitar que el gozo de las vacaciones se convierta en pena... Doña Anfisbena entró sin avisar en la oficina de don Algón, su esposo, y lo encontró en coloquio más que íntimo con su secretaria. “¡Ah, canalla!” -gritó hecha una furia. Y suspira abriendo los brazos don Algón: “¿Qué quieres que haga, mujer? Ésta es una de sus prestaciones”... Don Candorio y doña Pirujina iban a cumplir años de casados. Como un detalle sentimental él quiso que fueran al parque donde se veían de novios. Ya ahí el maduro señor sintió un urgente ímpetu romántico, y llevando a su mujer atrás de unos arbustos empezó a hacer con ella lo que los casados hacen en lo privado de sus aposentos. En pleno trance de amor los sorprendió un gendarme. “Vamos a la comisaría” -les ordena. “Por favor, agente -le pide don Candorio llevándolo aparte-. Soy un ciudadano honorable. Cometí un error, lo reconozco, y estoy apenado por él. Pero le suplico su comprensión”. “Está bien -concede el jenízaro-. Puede usted retirarse. Pero a la mujer sí me la voy a llevar, por reincidente. En esta semana ya es la tercera vez que la pesco aquí en lo mismo”... FIN.