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De política y cosas peores

Armando camorra

Aquel campesino indígena jamás había visto un sacerdote católico. Le llamó la atención el alzacuello del padre, que se abotona por detrás, y le pregunta: “¿Por qué trae usted el cuello de la camisa al revés?”. “-Es que soy padre” -responde el sacerdote-. “Bueno -dice el campesino-. Yo también soy padre, y llevo el cuello de mi camisa al derecho”. “No me entiendes -dice sonriendo el sacerdote-. Soy padre de más de 20 mil”. “-Ah, jijo! -se sorprende el campesino-. ¡Entonces lo que debía ponerse con lo de adelante para atrás son los pantalones!”... El señor de madura edad llegó al hotel en Acapulco. Lo acompañaba una exuberante morenaza de busto grandilocuente y pomposísimo derriére. El administrador saluda al señor: “¡Qué gusto verlo de nuevo en Acapulco, don Crésido! ¿Viene de negocios o de placer?”. “Yo de placer -responde con una sonrisa el tal don Crésido-. Ella de negocios”... El niñito estaba haciendo su tarea acerca de la teoría de la teoría de la evolución, de Darwin. “Mami -pregunta a su mamá-. ¿Es cierto que yo desciendo del mono?”. “Por mi lado no -responde la señora-. Quién sabe por el de tu papá”... Un fantasma recorre al PRD: el fantasma del miedo. Todos los perredistas temen ser acusados de traidores si se apartan un punto de los dogmas propuestos por López Obrador y sus paniaguados, y de su movimiento. Existe entre ellos un reino de terror que los inmoviliza, los condena al radicalismo y los incapacita para aportar algo de utilidad a la vida mexicana. Los alcaldes perredistas que asisten a actos en los que está el presidente Calderón son amenazados de expulsión, y saludar a alguien que traiga corbata azul es visto como seña de revisionismo. Estas actitudes de fascismo o estalinismo son la marca principal del ejercicio político actual dentro del PRD. La conciencia individual es aniquilada, y todos deben estar uncidos al yugo de López Obrador si quieren sobrevivir en ese mar de inalterables dogmas. En tiempos de democracia la antidemocracia es alimentada por los perredistas que se niegan todavía a abrir los ojos a la realidad de México y del mundo... El jefe de la compañía dice furioso al subgerente: “¡Usted y sus malditas ideas, Burcelaguéz! ¡Puso ese letrero en la oficina, PIENSE, y mi secretaria la pensó!”... A la hora de la hora el señor se dio cuenta de que no tenía ya los mismos arrestos de sus mejores años. Se disculpó con su compañera y fue lleno de tristeza al pipisrúm. Ahí se dio cuenta, para colmo, de que se estaba mojando al hacer lo que hacía. “Oye -dice muy serio bajando la mirada-. Ya me echaste a perder una noche. No me eches a perder también los zapatos”... Llorosa y compungida pregunta Susiflor a su mamá: “¿Te acuerdas de aquel muchacho que te dije que era tan dulce que parecía hecho de azúcar?”. “Sí, lo recuerdo -contesta la señora-. ¿Qué pasa con él?”. “-¡Me engordó!” -dice Susiflor prorrumpiendo en sollozos... En un apartado rincón de la plazuela se afanaba Pepito en demostrar su gran cariño y ardiente admiración a Rosilita, a la que abrazaba con entusiasmo grande y besaba con admirable asiduidad. Dos maduras damas pasan por ahí y contemplan el primaveral espectáculo. “¡Caramba! -exclama una de ellas viendo aquel precoz amor-. ¡Ya no quedan niños en el mundo!”. “Ya los haremos, señora -responde Pepito-, ya los haremos”... El anciano, bondadoso doctor que trataba a todos sus pacientes con paternal solicitud se dispone a examinar a la joven muchacha. “A ver, hija -le dice con cariño-, enséñame esa partecita que a ustedes las mujeres las mete en tantos problemas”. La chica, algo turbada, comienza a desvestirse. “¿Qué haces, muchacha? -dice el doctor con divertida sorpresa-. ¡Yo sólo te pedí que me enseñaras la lengua!”... FIN.

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