“Mi novio es un caballero -dice orgullosamente una chica a otra-. Me besa la mano”. “El mío tiene mejor puntería” -replica la otra-... En el apasionado trance de amor dice aquel sujeto a su amiga: “¡Escucha eso, Mesalina! ¡Son los latidos de mi corazón!”. “-Ojalá sean -responde ella-. Porque si no es que mi marido ya llegó y está tocando la puerta”... El Señor decidió castigar a los hombres por sus pecados. Enviaría sobre ellos un diluvio que acabaría con aquella mala ralea. Como quien dice, borrón y cuenta nueva. Había sin embargo un hombre justo: Noé. Le habló el Señor y le dio a conocer la catástrofe que se abatiría sobre el mundo. Le ordenó que construyera una arca y que subiera a ella con su mujer, sus hijos y las mujeres de éstos. Llevaría también en la nave a una pareja de cada especie de animales. Así, dijo el Señor, la vida volvería a empezar sobre la tierra. Después de que Noé hizo entrar a los animales en el arca les habló para darles instrucciones. “Queda terminantemente prohibido -les dijo-, hacer el amor durante el tiempo que dure la navegación. No hay que olvidar que van aquí animales como los elefantes, los hipopótamos y los rinocerontes: si les permito que hagan el amor correría peligro la estabilidad del arca. Así pues, nada de juegos amorosos. No hay manera de que se escondan para amarse, de modo que si llego a ver a cualquier pareja de animales haciendo el amor, a los dos los echaré por la borda para que se ahoguen también. Ese será el castigo a su desobediencia”. Noé pensó que todos los animales habían acatado la disposición. Grande fue su sorpresa, por lo tanto, cuando terminó el diluvio y bajaron del arca el gato y su compañera: los seguía una numerosa prole de gatitos recién nacidos. Le dice el gato a Noé con una traviesa sonrisilla: “¿Verdad que pensaste que estábamos peleando?”... Don Pugnacio y doña Belicosia iban peleando en el coche, como siempre. Salieron al campo, y don Pugnacio vio a unos burros que estaban a la orilla de la carretera. “-¿Son tus parientes?” -pregunta burlón a su señora-. “-Sí -responde ella-. Políticos”... Boborrongo, el tonto de la colonia, llegó temprano a su casa aquella noche. “¿No dijiste -le pregunta su hermano-, que ibas a visitar a Rosibel en su departamento?”. “-Fui -contesta Boborrongo-. Me invitó a pasar y se sentó a mi lado en el sillón. Empezamos a platicar. Pero de repente se levantó y fue a apagar la luz. Como ya iba a dormirse me salí”... Aquel muchacho salía con una dama que le llevaba algunos años. Un amigo le pregunta: “¿Por qué andas con ella? ¿No te parece que es una fruta demasiado madura?”. “Sí, -responde tímidamente el muchacho-. Pero todavía tiene pedacitos buenos”... Dos amigos que vivían en la misma ciudad se encontraron en Cancún, pues andaban en diferentes convenciones. Uno de ellos, ya de cierta edad, igual que el otro, iba acompañado por una estupenda morenaza. “¿Cómo te ha ido con tu amiguita?” -le pregunta en voz baja el amigo-. “¿Conoces el cuento del pájaro carpintero? -responde el señor-. Te puedo contestar con lo que dijo él”. “¿Cuál pájaro carpintero es ése, y qué dijo?” -inquiere el amigo sin entender. “Éste era un pájaro carpintero -comienza a contar el señor-. Un día salió de su nido y se echó a volar. Tanto voló que llegó a otra comarca, muy lejana del sitio en que vivía. Se paró en un poste y comenzó a picarlo, como hacen los pájaros carpinteros. En ese preciso instante cayó un rayo, y el poste vino al suelo partido en dos. “¡Caramba! -exclamó el pájaro carpintero al mismo tiempo asombrado y orgulloso-. ¡Qué fuerte se te pone el pico cuando andas fuera de tu casa!”... FIN.