Lord Bighorns, noble inglés, llegó de su cacería sin previo aviso, y al entrar en su alcoba vio que su mujer estaba in flagrante delicto con un desconocido. No dijo nada. Salió de su habitación y pidió a su montero que le trajera la escopeta y lo acompañara a la recámara. Llegan los dos, el montero ve lo que sucedía y tiende el rifle a su señor. Lord Bighorns toma puntería. Y le dice el montero en voz muy baja: “Recuerde, señor, que es usted un gentleman y un buen cazador. Tírele cuando se esté elevando”...
Don Canidio era dueño de un feroz perro buldog que atacaba a la gente aun sin provocación, por lo cual su amo lo mantenía atado con una correa. En cierta ocasión el perro se soltó y mordió a un vecino a quien su mala ventura hizo pasar por ahí en el momento en que el salvaje can se libró de su atadura. Don Canidio, después de reducir al animal, se disculpó profusamente con la víctima. “¡Perdone usted, vecino! -le dijo-. ¡Mañana mismo llevaré al perro a que lo castren!”. “Llévelo mejor a que le saquen los dientes -sugiere muy enojado el pobre tipo-. Lo que le gusta es morder, no fornicar”... Dice un tipo a otro: “El rostro de esa mujer es como un poema moderno”. “¿Bello y misterioso?” -pregunta el otro-. “No, -completa el tipo-. Tiene demasiadas líneas”... El regreso de vacaciones será para muchos como el final de un sueño y el principio de una pesadilla. Hay quienes se endeudan para poder pasar unos días lejos de la rutina cotidiana, y al regresar a casa empieza el llanto y se oye el crujir de dientes. Los mexicanos tenemos un gran sentido de la fiesta, y en ella nos olvidamos de esa terca señora llamada realidad, que acaba por presentarse siempre. Lo digo porque muchos serán víctima de esas casas de empeño fraudulento o de los prestamistas de dinero, cuyas actividades no son todavía reguladas por la ley, y así la gente queda a merced de la voracidad de algunos inmorales. Es necesario poner límites a las actividades de quienes buscan dinero fácil a costa de los demás... Se trataba de clavar unos postes. Al final del día la cuadrilla de Babalucas y sus familiares pusieron tres. “¿Tres nada más? -se asombra el ingeniero-. ¡Los de la otra cuadrilla clavaron treinta!”. “Sí, -responde Babalucas-. Pero los dejaron todos salidos”... Dice el yerno a su suegra: “Le ofrezco regalarle un pasaje de avión a las Mil Islas, pero a condición de que se quede un mes en cada una”... Murió una señorita soltera, y como nunca había pecado fue derechito al Cielo. “Podrías entrar de inmediato -le informa San Pedro-, pero desgraciadamente no tenemos de momento sitio para ti”. “¿Y qué voy a hacer?” -pregunta la señorita-. “Tendrás que pasar unos días en el Infierno -le responde San Pedro-, hasta que tu cuarto aquí esté listo”. La señorita se angustió mucho, pero San Pedro la tranquilizó diciéndole que no serán muchos días, y que si no se sentía bien en el Infierno nomás le echara un telefonazo. Y en efecto, a los pocos días llama la señorita. “San Pedro -le dice-, llévame al Cielo, por favor. ¡Aquí ya me enseñaron a fumar!”. “Espera un poco” -le pide el portero celestial-. Tu cuarto aún no está”. Días después llama otra vez la señorita: “¡San Pedro, sácame de aquí! ¡Ya me enseñaron a beber!”. “No te desesperes -le dice el santo-. Falta muy poco tiempo ya”. Cuando estuvo lista la habitación de la señorita, San Pedro la llamó por teléfono. “-No te preocupes, guapo -le dice ella desde el Infierno-. Me voy a quedar aquí. ¡Ya me enseñaron otra cosa!”... FIN.