Doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, aprovechó sus vacaciones de Semana Santa para hacer un retiro espiritual, y regresó a la ciudad con nuevos fríos. Su primera acción fue vetar el cuento que aparece al final de esta columnejilla. Es una inane narración, y sin embargo la ilustre dama la calificó de “vitanda historia propia de goliardos”. Lean mis cuatro lectores el relato, y juzguen por sí mismos... Babalucas conducía un autobús urbano. Le pregunta una mujer: “¿Hasta dónde llega este autobús?”. Responde el badulaque: “Hasta las defensas”... “Ya no bebas más, amigo mío -le dice en la cantina Empédocles a Astatrasio-. La cara se te está poniendo borrosa”... El maduro señor le pregunta al médico que lo examinó: “¿Cómo me ve doctor?”. Contesta el facultavido: “¿Recuerda usted aquello de ‘Vino, mujeres y canto’? Bueno: puede usted cantar. Moderadamente ¿eh?”... Casó un sujeto con una muchacha que se pasaba todo el tiempo en devociones religiosas. La noche de las bodas salió el flamante novio de la ducha y se sorprendió al ver a su mujercita tendida ya sin ropa sobre el tálamo nupcial, en decúbito supino -es decir de espalda- y con actitud de franca provocación sensual. “Pero, mi vida -le dice conturbado-. Yo esperaba verte de rodillas”. “No -replica la desposada-. En esa postura me da hipo”... Voy a proponer ahora, sin otro fin que el de orientar a la República, una teoría digna de ser inscrita en bronce eterno o mármol duradero. La dicha teoría -axioma, debería yo decir, por su evidente carácter de verdad- se enuncia de este modo: “El trabajo engendra libertad, y la libertad engendra trabajo”. Explicareme. Quien trabaja y ahorra puede llegar con el tiempo a ser autosuficiente, a no depender de nadie para ganar la vida. Para eso, sin embargo, se necesita un ámbito de libertad que garantice al trabajador gozar el fruto de su esfuerzo, pues sin el aliciente de ese bien el hombre no trabajará, o lo hará en mínima medida. La libertad, entonces, engendra trabajo. Jamás los colectivismos han beneficiado al individuo, ya que éste no siente que trabaja para sí mismo y su familia, sino para el grupo, una entidad abstracta que no suscita el sentimiento personal. En nuestro país la propiedad colectiva de la tierra anuló en los campesinos el espíritu de trabajo. El hombre del campo llegó a ser una especie de menor de edad o incapaz sujeto a la tutela perpetua del Estado. Eso propició todos los males que derivan de la pereza y de la corrupción. En cambio cuando ese campesino emigra “al otro lado” se vuelve trabajador modelo. En la libertad el individuo recibe pronto el beneficio que deriva de la tarea bien cumplida. En la medida en que se propicie en México la libertad y el sentido de responsabilidad personal de los trabajadores, en esa misma medida nuestro país será más productivo, y por lo tanto más próspero. Sin embargo para ese trabajo no cuenten conmigo, al menos hoy, porque es el día que voy al cine... Sigue ahora el cuento que anuncié al principio... Tres esposas hacían comentarios acerca del desempeño amatorio de sus respectivos cónyuges. Dice la primera, orgullosa: “Yo comparo a mi marido con un piloto de jet: rápidamente cobra altura”. Declara la segunda, ufana: “Pues yo comparo al mío con un actor de moda: todas las noches actúa”. La tercera no decía nada. Una de las amigas le pregunta: “Y tú ¿con quién comparas a tu esposo?”. Replica la señora, mohína: “Con un cartero. Tarda mucho en hacer las entregas, y siempre se anda equivocando de buzón”... (No le entendí)... FIN.
(OJO: Dice “nuevos fríos”, no “nuevos bríos”).