Llegaron cuatro soldados nazis a una granja en el sur de Francia y le ordenaron al granjero: “Tráenos comida”. “¡Señores! -clamó el hombre-. ¡Sólo tengo una hogaza de pan!”. “La guerra es la guerra -dijo el jefe de los invasores-. Venga la hogaza”. Comieron los soldados, y el jefe pidió luego: “Tráenos vino”. “¡Por favor! -deprecó el hombre-. ¡Tengo sólo una botella!”. “La guerra es la guerra -repitió el militar-. Venga la botella”. Bebieron los soldado, y enseguida el jefe demandó: “Tráenos mujeres”. “¿Mujeres? -se mesó el cabello, desesperado, el hombre-. ¡Sólo queda una en la aldea!”.
“La guerra es la guerra -volvió a decir el nazi-. Venga la mujer”. Llegó, en efecto, la única mujer que en la aldea quedaba. Era la abuela del granjero; tenía 90 años (89, me corrige la viejita). La ven los soldados, y el jefe, después de toser con duda, dice al hombre: “Creo que por esta vez haremos una excepción”. “¡Excepción merde! -exclama con energía la anciana-. ¡La guerra es la guerra!”... Cierto individuo obtuvo una buena chamba en el Gobierno. Comentó con envidia un conocido: “¡Y sin moverse!”. Aclara otro: “Creo que la que se movió fue su mujer”... Llegó doña Macalota a su casa y encontró a su marido en la cama. Pero no estaba solo: se hallaba en compañía de una despampanante morenaza. Antes que la estupefacta doña pudiera decir una palabra le dice su liviano cónyuge: “Recuerda, Maca que me dijiste que cuando me jubilara querías que me buscara un hobbie”... El toro le infirió una grave cornada al matador y le partió la femoral, esa arteria que tienen los toreros. Sometido a urgente intervención quirúrgica el diestro recobró el conocimiento en el hospital. Al sentir que tenía la cabeza vendada le preguntó al cirujano: “¿Por qué tengo una venda en la cabeza?”. Responde el facultativo con orgullo: “Es que la operación me salió tan bien que corté oreja”. (Menos mal que no fueron las dos y rabo)...
Desde luego la intolerancia se puede hallar en todos lados, pero en México, a últimas fechas, esa ruda señora es principalmente perredista. Preocupa la actitud cerrada que una y otra vez asumen los señores y las señoras de ese partido. En el debate político ponen demasiado calor y poca luz. En verdad su actitud no es de izquierda: es más bien siniestra. El grito, la injuria y aun la violencia física son usos casi cotidianos a los que recurren esos malos perredistas para hostilizar a todo aquel que no piensa como ellos. Tal postura amenaza la vida democrática de México. En las discusiones el que más grita es el que menos razón tiene. Ojalá los radicales del PRD se den cuenta del grave daño que con esas violencias hacen a su partido y al país. Luego no digan que yo no se los avisé... Abraham le cuenta a Isaac: “No puedo salir de mi casa. En la calle me esperan mis acreedores; les debo un millón de pesos”. Sugiere Isaac: “¿Por qué no te pones bigote y barba postizos? Así podrías salir”. “No -rechaza la idea Abraham-. Con bigote y barba les debo dos millones”... El pajarito estaba haciendo el nido. Le pregunta la pajarita con asombro: “¿Por qué le dejas un agujero abajo?”. Explica el pajarito: “Es que por el momento no quiero hijos”... La mamá de Pepito le ofrece: “¿Qué quieres de desayunar?”. Contesta él: “Dame un -inche plato de cereal”. Al oír la mala palabra la señora le dio al crío un sopapo. “A ver, otra vez -le dice con severidad-. ¿Qué quieres de desayunar?”. “Dame lo que quieras -responde el chiquillo frotándose el golpe-. Tizno a mi madre si otra vez pido cereal”... En el cuarto del motel Dulcilí le dice a Libidiano: “Ya sé que me dijiste que me ibas a llevar al box, pero no creí que al spring”... FIN.