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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

Considero a Ernesto Zedillo uno de los mejores presidentes que México ha tenido en estos tiempos. Los venideros me darán la razón, y espero estar presente para agradecerles esa deferencia. Sin embargo, Zedillo no ha recibido el reconocimiento que merece. Su propio partido le regatea méritos, y aún hay quienes lo acusan de haber entregado por oscuras razones el poder que el PRI durante tantos años detentó. Esa burda acusación es mentirosa, desde luego. Ninguna evidencia hay que pueda sostenerla. Lo que hizo Zedillo fue reconocer el inobjetable triunfo de la oposición; salir con oportunidad y valentía a avalar esa victoria antes de que los priistas de viejo cuño pudieran hacer siquiera una intentona de arrebatar por la fuerza o la añagaza lo que en las urnas había conseguido el PAN. Por eso acierta Vargas Llosa cuando con lucidez declara su opinión en el sentido de que Zedillo, y no Fox, es el autor de la transición democrática en México. En efecto, si el entonces presidente hubiese querido habría podido emplear todo el peso de la maquinaria oficial, enorme en aquel tiempo, para negar el triunfo del candidato opositor e imponer al aspirante gobiernista. No lo hizo. Por encima de su partido Zedillo puso el interés de la Nación y compareció ante ella en modo tal que ni siquiera los más obtusos priistas pudieron ya hacer nada para contrariar la voluntad de los electores. El valeroso gesto de Zedillo puso fin a los fraudes e imposiciones que fueron nota característica del PRI en los últimos años de su dominación, según se vio en el muy objetable triunfo de Salinas sobre Cuauhtémoc Cárdenas con aquella mentirosa “caída del sistema” que precedió a la real y verdadera caída del sistema. Hay quienes aseguran que Zedillo deseaba la caída del PRI, y que la propició para dar gusto a fuerzas internas y exteriores que exigían la implantación de la democracia en México. De la falsedad de esa versión puedo dar testimonio personal. Pocos días antes de la elección de 2000 hablé en Los Pinos con el doctor Zedillo. Me preguntó él cómo veía yo las cosas. A esas alturas había ya sobrados elementos de juicio que permitían augurar la victoria de Vicente Fox. No quise arriesgar la profecía, sin embargo, de modo que opté por una respuesta oblicua que fiaba al buen entendedor. “Señor presidente -contesté-, usted va en caballo de hacienda”. “¿Por qué?” -preguntó Zedillo. Respondí: “Si gana el PRI, eso será un voto de reconocimiento a su Gobierno. Y si el PRI pierde usted tendrá el honor de pasar a la Historia como el presidente que permitió la transición democrática en México”. Se quedó pensativo unos segundos y luego me dijo: “Pues no quisiera tener ese honor”. Esto quiere decir, a mi entender, que Zedillo no deseaba -y quizá ni siquiera esperaba- el triunfo de la oposición. Pero cuando esa victoria apareció clara e inobjetable no dudó en reconocerla, a pesar de ir contra su interés personal y el del partido al que pertenecía. Tiene razón Vargas Llosa cuando considera a Zedillo el autor de la transición democrática en nuestro país, no sólo por ese reconocimiento, sino por su reiterada actitud democratizadora, censurada por los priistas radicales de antes, tan nocivos como los perredistas radicales de hoy o como los actuales fundamentalistas del PAN... Apenas me queda espacio para narrar un cuento colorado, sin el cual esta columnejilla saldría un cuanto descolorida... Un tipo le pregunta a otro: “¿Te interesaría participar en un ménage à trois?”. “¿Quiénes participarán en él?” -inquiere receloso el otro. Contesta el tipo: “Tu esposa, tú y yo”. “¡De ninguna manera!” protesta el individuo. “Muy bien -replica con cachaza el que invitaba-. Entonces a ti te borramos de la lista”... FIN.

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