Doña Tebaida Tridua anda ojerosa. No tienen sus ojeras ese secreto que Lara describió en una de sus canciones más bellas y menos conocidas: “Pestañas”, de las cuales dijo el Músico Poeta hablándole a su musa: “Conocen el secreto de tus ojeras, / y saben cuándo quieres y cuándo engañas. / Otra sería mi vida si la cubrieras / con el negro alambrado de tus pestañas”. Las ojeras de doña Tebaida son lisa y llanamente de insomnio. Pero no son prosaicas, pues revelan una honda inquietud espiritual. La ilustre dama no duerme porque cayó en sus manos el chascarrillo llamado “Barril trágico”, que viene al final de esta sección, y su lectura le provocó un súbito fenómeno de agripnia, vale decir coma vígil, letargia o ahipnosis que la ha tenido sin pegar los ojos desde el pasado lunes. Inútiles han sido todos los remedios dormitivos, papaveráceos, hipnóticos y somnifacientes que la ciencia médica ha prescrito para volverle el sueño. La digna presidenta de la Pía Sociedad de Sociedades Pías vaga como alma en pena por los sombríos aposentos de su casa, con los ojos desorbitadamente abiertos y la melena suelta, igual que Nellie Melba en “La sonámbula” (Bellini, 1831). Causa tristeza verla, y más porque su marido ha usado la dramática crisis de su esposa como pretexto para dejar la casa e ir a otras frecuentadas por daifas y coimes gariteros, con olvido de todo escrúpulo moral y abandono del respeto que debe a su ínclita consorte. Lean mis cuatro lectores ese cuento: “Barril trágico”, y juzguen si no es explicable el insomnio que sufre la señora Tridua... Mil veces ya le he dicho a Bush que su guerra en Iraq está perdida; que ese conflicto es otro Vietnam, un berenjenal del cual debería salir cuanto antes. Pero el hombre es tozudo y falto de sindéresis; uno de los peores presidentes que en su breve, larguísima historia han tenido los Estados Unidos. Voy a decir cuáles en mi opinión han sido los cinco mejores presidentes de esa nación, y a quiénes considero los peores. Los mejores: Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt, Thomas Jefferson, George Washington y Theodore Roosevelt. Los cinco peores: Warren Harding, James Buchanan, Andrew Johnson, Ulysses Grant y Franklin Pierce. Pues bien: cuando la historia juzgue a este segundo Bush de seguro lo colocará en la lista de quienes más malamente han cumplido su deber. La guerra que en Iraq ha promovido, y que tantas y tantas vida ha costado, es una infame guerra de ambición la cual, pese a todos los esfuerzos de propaganda, es condenada ya por gran parte de la población norteamericana, que ve ese conflicto como un callejón sin salida y pide el regreso inmediato de las tropas. Una vez más emplazo a Bush y lo conmino de la manera más enérgica a que oiga mis admoniciones y salga ya de Iraq, a donde nunca jamás debió haber ido. Si no me hace caso, en su salud lo hallará... Viene ahora el cuento titulado “Barril trágico”. Su lectura es desaconsejable, de lo cual aviso para los efectos a que haya lugar... Un individuo llegó a un remoto campamento alejado de toda población. Ahí había hombres, nada más. Al poco tiempo de estar en aquel sitio el recién llegado sintió los naturales deseos de la carne, y preguntó al jefe del campamento qué hacían los que ahí trabajaban para sedar la concupiscencia de la carne. “Atrás de la tienda -le indicó el mandamás- hay un barril con un agujero. Úselo”. Se resistió al principio el visitante a emplear tan exótico expediente, pero de tal manera creció el llamado de la naturaleza que cierta noche no pudo aguantar más y recurrió al barril. Cosa curiosa: la experiencia no sólo no le disgustó, sino le pareció godible, o sea placentera. Así lo hizo saber al jefe. Le dijo éste: “A ver qué le parece cuando le llegue a usted el turno de estar adentro del barril”... (No le entendí)... FIN.