El trapecista del circo sorprendió a su mujer en brazos de Jack, el Hombre Gigante. Ella le prometió que jamás volvería a incurrir en infidelidad. Una semana después la encontró en ilícito connubio con Joe, el Hombre Fuerte. Ella juró que sería la última vez que incurría en adulterio. Pero una semana después volvió a hallarla en trance de pecado, ahora con Tiny Tin, el enano del circo. No pudo contenerse más el trapecista y prorrumpió en dicterios de gran peso: “¡Raposa! ¡Vulpeja! ¡Inverecunda zorra sin pudor!”. “¡Ay Volatino! -se queja ella con gemebundo acento-. ¡Ni siquiera tomas en cuenta que le he ido bajando!”... El empleado de la ventanilla le pide a Babalucas: “Deme su nombre y apellido”. “¡Ah no! -se niega el tonto roque-. ¿Y luego cómo me voy a llamar?”... Pirulina, muchacha con bastante ciencia del mundo y de la vida, salió una noche con Simpliciano, joven candoroso y tímido. Fueron los dos a un paraje lleno de romanticismo y soledumbre. La noche era tibia; brillaba la luna como si le pagaran. Le dice Pirulina a Simpliciano: “Tienes ganas de tomarme una mano ¿verdad?”. “¡Sí! -responde él con anhelo-. ¿Cómo supiste?”. Contesta ella: “Por ese rayito de luz que veo en tu mirada”. El muchacho le toma la mano a Pirulina. Poco después le dice ella: “Tienes ganas de darme un beso ¿verdad?”. “¡¡Sí!! -exclama Simpliciano con encendido acento-. ¿Cómo supiste?”. Responde ella. “Por ese rayito de luz que veo en tu mirada”. Simpliciano la besa, desmañadamente, pero con ardimiento. Transcurren unos minutos y dice ella: “Tienes ganas de hacerme el amor, ¿verdad?”. “¡¡¡Sí!!! -prorrumpe Simpliciando en arrebato de pasión-. ¿Cómo supiste?”. Sonríe Pirulina: “Por ese bultito que veo en tu pantalón”... Un pordiosero se acerca a doña Balenia, dama bastante pasada de kilos, y le dice con tono suplicante: “¡Señora! ¡Tengo dos días sin comer!”. “¡Caramba! -se admira ella-. ¡Cómo quisiera tener su fuerza de voluntad!”... Un tipo le pregunta a otro: “¿Vas a ir hoy en la noche al juego de los Lechuzos?”. “No -responde con tristeza el otro-. Mi mujer no me deja ir a los juegos entre semana”. “Haz lo que yo -le recomienda el otro-. Una hora antes del partido la llevo a la recámara y le hago el amor. Al terminar le digo: ‘Voy a ir al juego de los Lechuzos’. Tan satisfecha ha quedado ella que no me niega el permiso”. Al día siguiente los dos sujetos se encontraron de nuevo. Le dice el que había invitado al otro: “No te vi anoche en el juego de los Lechuzos”. “No -responde el primero-. A última hora decidí no ir”. “¿Por qué?” -se extraña el amigo. Cuenta el tipo: “Una hora antes del juego, tal como me aconsejaste, llevé a mi mujer a la recámara, le aligeré la ropa y la tendí en el lecho. Y ya iba a hacerle el amor, pero la vi y me dije: ‘No, ni que los Lechuzos estuvieran jugando tan bien’”... Cinicio, sujeto descarado, iba manejando con exceso de velocidad, y lo detuvo un patrullero. Le pide el oficial: “Deme los papeles del coche”. Responde Cinicio con cachaza: “Me lo dieron sin envolver”... En la guerra del Golfo Pérsico aquel soldado perdió los testes, dídimos o compañones. Un equipo médico se dispuso a implantarle unos artificiales. Surgió un problema a la hora de la operación: el cirujano opinaba que se le debían implantar de madera; el urólogo juzgaba que se le debían poner de metal. Para obviar la discusión acordaron que le pondrían uno de metal y otro de madera. Pasaron varios años, y un día los médicos se toparon al soldado. “¿Cómo te fue con la operación que te hicimos?” -le preguntan. “Estupendamente bien -contesta el hombre-. No tuve ningún problema”. “¿De veras? -se alegran los doctores-. ¿Pudiste engendrar hijos?”. “Y dos -responde el soldado con orgullo-. Pinocho está en el kinder y Robocop en primero de primaria”... FIN.