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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

La virginidad es como un billete de banco: si lo das no te queda nada; si lo conservas no te sirve para nada. Libidiano Pitioner, hombre salaz, era proclive a la concupiscencia de la carne. (Siempre que se habla de concupiscencias se piensa en la carnal, pero lo cierto es que muchas otras concupiscencias hay: la del dinero, la del poder, la de la fama...). Libidiano sentía el apetito desordenado del placer carnal. Solía repetir la frase de Aristóteles Onassis: "Si la mujer no existiera todo el dinero del mundo carecería absolutamente de sentido". Pitonier sostenía que arruinarse por causa de los negocios, del juego o la política tiene algo de sordidez, y aun de necedad, pero que ir a la ruina por una mujer es cosa noble, fino detalle de galantería y prueba de caballerosidad. Conoció Libidiano a Dulcilí, muchacha de buenas familias -pero además decente-, y se propuso seducirla para añadir esa conquista a su notorio palmarés de burlador. Ella se resistió al asedio: había leído "Pureza y hermosura", de monseñor Tihamer Toth, y se sabía de memoria 10 respuestas que la joven virtuosa puede dar al galán lujurioso que le pide "aquellito" sin obligarse él mismo a pasar antes por la iglesia y por la Oficialía del Registro Civil. (La respuesta número 3 es la que había usado más: "¿Te gustaría que un hombre le pidiera a tu hermana lo que me estás pidiendo tú?"). Le dijo Libidiano a Dulcilí: "¿Acaso tienes miedo de abrir la flor de tu alma a los efluvios del amor?". "A la flor no le tengo miedo -respondió ella-. A lo que le temo es al fruto". Bella respuesta, a fe mía, e ingeniosa. Seguramente al escucharla se quedó Libidiano turulato. Pienso que se le bajó el ánimo, que se le bajó el ímpetu erótico, que se le bajó el rijo sensual. Pienso que se le bajó todo. Así, con espíritu abatido, pero por muy distinta causa, deben andar aquellos que de buena fe, sin fanatismo o dogmas, sino movidos por un espíritu de compasión -o sea de amor- y por el respeto que se debe a la vida, lucharon con buenas armas para evitar que se despenalizara el aborto en el Distrito Federal. Piensen que no se legalizó el aborto: se buscó, sí, evitar la clandestinidad que hace que muchas mujeres afronten riesgos mortales por causa de las infames prácticas de quienes hacen del sufrimiento y de la angustia un modo para obtener ganancias. Es indiscutible que aun con leyes que penalizan el aborto muchas mujeres deciden abortar. Los defensores de la vida deben ahora esforzarse por difundir entre la comunidad médica y el personal de hospitales públicos y clínicas particulares el principio legal de que nadie está obligado por razones laborales o de cualquier otra índole a participar en un aborto si considera que ese acto es contrario a su ética profesional, principios morales o convicciones personales. La asistencia a mujeres embarazadas que afronten una situación difícil, y la promoción de la adopción de niños por parejas sin hijos son otras formas de contrastar con acciones de vida las acciones que contra la vida atentan... La esposa andaba de viaje, y el marido llevó a una amiguita a su casa. Ella pidió que las cosas se hicieran con seguridad, pero él no traía consigo un preservativo. "¡Ya sé! -exclama muy alegre-. Mi esposa compró un diafragma anticoncepcional para usarlo, me dijo, cuando a mí se me olvidara comprar preservativos. No lo ha estrenado, de modo que puedes usarlo tú". Fue a buscar el diafragma en el buró de la señora, pero no lo encontró. Dice con enojo. "Se lo llevó al viaje. Ya sabía yo que no me tiene confianza"... FIN.

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