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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Calvin Coolidge, vigésimo noveno Presidente de los Estados Unidos, era famoso por su cicatería. Solía hacer largos paseos a pie con el jefe de su guardia personal, y al regresar, a la hora de la cena, le ofrecía al hombre por todo alimento un magro sandwich de fuerte queso de Vermont que preparaba el mismo Coolidge, con otro igual para él. "Apuesto -le dijo una vez al guardia- que nunca pensaste comer un sandwich hecho por el Presidente de los Estados Unidos". "Ciertamente no, señor Presidente -contestó el hombre-. Lo considero un gran honor". Añadió Coolidge con tono rencoroso: "Y además yo puse el pan y el queso". En concordancia con su actitud solía decir Coolidge: "Todo es economía". Los mexicanos residentes en Estados Unidos celebraron con patriótico entusiasmo el 5 de mayo. Todavía se oyen los ecos de la fiesta. Para nuestros paisanos esa celebración es más grande e importante que la del 15 de septiembre. El Grito se festeja, ciertamente, pero en menor medida y sin el lucimiento con que se recuerda la victoria de las armas nacionales sobre el invicto ejército francés. Me preguntaba yo la causa de esto, y un buen amigo de Chicago me dio la explicación. Celebraciones como ésta, me dijo, son patrocinadas en buena parte por las compañías cerveceras, que aprovechan las fiestas "étnicas" para promover sus productos, y venderlos. En septiembre ya hace frío en la mayor parte de la Unión Americana, de modo que el clima no es propicio al consumo de cerveza. En mayo, en cambio, se siente ya calor en casi todos los estados, y en esas fiestas el disfrute de la dorada bebida es masivo. Nada que ver, entonces, tiene la Historia con el entusiasmo patriótico que los mexicanos "del otro lado" sienten por el triunfo de mi ilustre paisano Zaragoza. En el fondo, como dijo con gran acierto mister Coolidge, todo es economía... El médico general examinaba a don Frustracio. Le pregunta: “¿Tiene usted algún impedimento para hacer el sexo?”. “Sí, doctor -suspira el lacerado-. Mi mujer”... Un hombre tilico y de estatura mínima se presentó a pedir trabajo en un campamento de leñadores canadienses. El capataz, un gigantón, se rió de él. “¿Cómo pretendes ser uno de nosotros? -le dice con hiriente sorna-. ¡Mi hacha pesa más que tú!”. “Al menos -responde el hombrecito-, deme oportunidad de demostrarle lo que puedo hacer”. “Está bien -concede el capataz-. Corta ese pino grande que ves ahí”. El chaparrito coge su hacha y de tres hachazos hace que el grueso y alto pino venga a tierra. “¡Fantástico! -se asombra el capataz-. ¿Dónde aprendiste a cortar árboles así?”. Contesta el chaparrín. “En el bosque del Sahara”. “¿Bosque? -dice el capataz-. Yo he oído hablar del desierto del Sahara”. Replica el petiso: “Así empezó a llamarse luego de que yo estuve ahí”... Empédocles Etílez, el borracho del pueblo, le dice a su mujer: “Vieja: dejé la botella”. “¡Qué bueno!” -se alegra ella. “¿Cómo que qué bueno? -se enoja el temulento-. ¡No sé dónde la dejé!”... El invitado de Pepito le comenta en tono de reproche: “En mi casa nos persignamos siempre antes de comer. ¿En la tuya no?”. Responde el chiquillo: “No. Mi mamá sí sabe cocinar”... La mujer aficionada a los deportes de riesgo contrató a un alpinista a fin de que la acompañara a escalar una alta pared montañosa casi vertical. “Pero quiero el ascenso a manos libres -indica la arriesgada fémina-. Ni cuerdas, ni clavos; nada”. El hombre acepta. Antes de empezar la escalada la mujer observó que el alpinista se tomaba una pastilla. “¿Qué es eso?” -le pregunta con recelo. “Es Viagra” -responde el individuo. “¿Viagra? -se sorprende ella-. ¿Para qué diablos toma usted Viagra antes de empezar la escalada?”. Responde el guía: “Para que en caso de apuro tenga usted algo de dónde agarrarse”. (No le entendí)... FIN.

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